viernes, 19 de junio de 2009

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La que aparece en la imagen de la izquierda es Sinagoga. A su lado, creo recordar, se encuentran Iglesia y, montado en un jamelgo, el Caballero Cristiano. Son todas esculturas que pueden encontrarse en la catedral de Bamberg, en Alemania. Llegamos a Bamberg desde Berlín - en 1990 - sin saber muy bien hacia dónde íbamos. Buscábamos la Alemania Occidental – hartos de la mugre del Este – y el Sur. El siguiente nombre que figuraba en la cabeza era Heidelberg y Bamberg estaba en algún punto de la carretera. Comimos bolas de patata y bebimos cerveza servidos por una chica rubicunda como de postal..... Acampamos en un lugar muy verde y lleno de simpáticos jubilados.

Y yo me enamoré de Sinagoga. Tengo en la pared de mi estudio una postal de esta misma obra en la que se la ve de perfil, sólo la cara y el (naciente) pecho. Hermosa. Me recuerda – ahora, no sé entonces – a la hermana de Gregorio Samsa al final de la Metamorfosis. De su cuerpo curvado uno espera que brote algún tipo de maravilla. El gesto que salva. La aventura del espíritu. Supongo que les ha pasado a muchos: desde que leí el relato de Bécquer El beso, estaba buscando una escultura femenina de la que enamorarme. ¿Tiene algo de extraño?

Las personas de carne y hueso se tornan signos o cifras, adquieren un valor simbólico. Se nos ofrecen como esculturas de algo. Así hay gentes que simbolizan la idiotez y no podemos dejar de verlas de ese modo. Esta simbolización es , por supuesto, propia de cada uno y de sus manías o genialidades. Si la vida es toda ella un proceso de creación artística - aunque parece que no todos lo ven o al menos no disfrutan/sufren por ello - es en gran medida por esa capacidad de nuestra mirada. Y cada persona tiene sus propias cadencias. En mi caso algunas personas que he conocido en la vida se han convertido en “puertas de salida / entrada” (imaginarias, por supuesto) hacia dimensiones de futuro o pasado.
Hermosas puertas de bronce o madera para dar senda a mi melancolía.

Convertir a otra persona en línea de fuga o puerta de embarque a espacios no habituales puede ser injusto. Al fin y al cabo la convertimos en instrumento de nuestras vacilaciones. Además, sabemos por experiencia, la pasión con la que hoy percibimos su cifra mañana puede tornarse indiferencia. Pero así son las cosas. No obstante siempre tengo en mente el relato de Bécquer: el soldado que convirtió a la mujer esculpida en objeto de su lascivia no vio a su lado a un caballero que dejó caer la furia de su celo sobre su loca cabeza. Estoy preparado para las venganzas de los hombres ( o mujeres) símbolo. Mi estómago y mi alma dan fe de ello.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace unos años que me enamoré de la juliette recamier que habitaba en este cuadro del hotel carnavalet:

http://www.guardian.co.uk/world/gallery/2009/may/18/arts-women-france?picture=347254518

El nombre es lo de menos pero el maldito google me ha aclarado que existen otras figuras impostoras que lo llevan. Ni caso.
A la de mi imagen no le importa ni su nombre ni su biografía, como todo lo que se da a la mirada.

Sinagoga no es para menos, pese a no llevar moño.

Luis González dijo...

Ya lo decía Julieta: "sólo tu nombre es mi enemigo, etc.".

Me fascina la capacidad de enamorarse de una imagen. Eso me lleva a la hipótesis (o corazonada) de que el enamoramiento es un proceso creador de cifras, de símbolos, de criaturas. Por eso duele. Y arde. Y dura poco (sólo un enamoramiento por temporada, amigo Flx).

Hasta la próxima.