Mi primera cinta cassette: Never Mind the Bollocks, Here's the Sex Pistols.
Ubicación autobiográfica: Cataluña, visitando a unos familiares y a una amiga de mi madre. Hacia 1978 o 1979.
Ubicación remota: Mis padres emigraron a Cataluña cuando tenían quince o dieciséis años (cada uno por su parte: no se conocían). Mi padre se presentó en la playa de la Barceloneta a mediados de los años cincuenta con un traje de paño el día quince de agosto. Eso al menos dice él (Mi padre tiene el sentido estético del Carpanta de los tebeos: todo lo convierte en hambre y humillación). Ambos regresaron pronto a la vieja Castilla pero les quedó un buen recuerdo de aquella tierra. De hecho mi madre encontró una amiga que ha mantenido en la distancia hasta hace unos meses . Y se querían aunque sólo se vieron un par de veces en cincuenta años. Siempre me he preguntado por qué regresaron si ellos vieron que aquello era distinto y mejor que su tierra natal. Tengo una huella parcial para desenredar el enigma: Mi abuela materna compraba El Caso (el célebre periódico de sucesos y crímenes) para tener noticias de su hijo. Supongo que eso marca. La realidad es tan flipante que uno duda de la veracidad de la propia ficción.
Pues en esas estaba yo con dieciséis o diecisiete años y mi primera cinta- cassette original. Malhumorado pero con encanto y sintiéndome supermoderno. El Día en que compré mi Cinta de los Sex Pistols nos fuimos al campo y yo, borde como todos los adolescentes, me metí en el coche hiper-re-calentado para escuchar mi Cinta. Nunca me han fascinado los Pistols (creo que ya entonces prefería a Grace Slick y el rock californiano) pero tampoco me resultaba cómodo llevar botos camperos en verano. El arte es lo que tiene: exige ciertos sacrificios. En el coche, achicharrado como un Jeremías del desierto antes de llegar a Problems (fin de la cara A), fantaseaba con la idea de contar a mis amigos que la cinta era un regalo “de una periquita que había conocido”. Una chica-punk cañera. Lo curioso es que una guapísima muchacha (bien es verdad que poco punk) estaba al otro lado del coche-sauna, y me esperaba para hablar o dar una vuelta o qué se yo. Me miraba sorprendida. Quería ser amable y estaba aprendiendo a recibir a los invitados. Yo era el invitado, claro, pero no la hacía ni caso: la fantasía y el run-run pistolero ganaban la partida a la muchacha de carne y hueso.
Unos días más tarde fuimos juntos a la playa. Ella lucía salvaje su bikini sin dejar de ser niña buena y, al atardecer, con la luz envolviéndose en sí misma, las gotitas de agua se pegaban en su cuerpo como todas las cursilerías del arte poético nos han ya contado (perlitas, lagrimitas, temblorcitos....). El recuerdo de aquella luz me demuestra que lo ñoño también es categoría estética. Jugando al escondite toqué su piel, cogí su cintura, respiré el aire de su pelo. Supongo que el platonismo no es otra cosa que amar en las pieles la primera Piel. Todos los atardeceres de verano me acuerdo de aquella luz reflejada en la carne que no se hizo verbo.
Dejé de intentar ser punk y me convertí a la new wave. Para abrir perspectivas de análisis. Fabuloso el poder que las chicas han tenido siempre en mí
Ubicación autobiográfica: Cataluña, visitando a unos familiares y a una amiga de mi madre. Hacia 1978 o 1979.
Ubicación remota: Mis padres emigraron a Cataluña cuando tenían quince o dieciséis años (cada uno por su parte: no se conocían). Mi padre se presentó en la playa de la Barceloneta a mediados de los años cincuenta con un traje de paño el día quince de agosto. Eso al menos dice él (Mi padre tiene el sentido estético del Carpanta de los tebeos: todo lo convierte en hambre y humillación). Ambos regresaron pronto a la vieja Castilla pero les quedó un buen recuerdo de aquella tierra. De hecho mi madre encontró una amiga que ha mantenido en la distancia hasta hace unos meses . Y se querían aunque sólo se vieron un par de veces en cincuenta años. Siempre me he preguntado por qué regresaron si ellos vieron que aquello era distinto y mejor que su tierra natal. Tengo una huella parcial para desenredar el enigma: Mi abuela materna compraba El Caso (el célebre periódico de sucesos y crímenes) para tener noticias de su hijo. Supongo que eso marca. La realidad es tan flipante que uno duda de la veracidad de la propia ficción.
Pues en esas estaba yo con dieciséis o diecisiete años y mi primera cinta- cassette original. Malhumorado pero con encanto y sintiéndome supermoderno. El Día en que compré mi Cinta de los Sex Pistols nos fuimos al campo y yo, borde como todos los adolescentes, me metí en el coche hiper-re-calentado para escuchar mi Cinta. Nunca me han fascinado los Pistols (creo que ya entonces prefería a Grace Slick y el rock californiano) pero tampoco me resultaba cómodo llevar botos camperos en verano. El arte es lo que tiene: exige ciertos sacrificios. En el coche, achicharrado como un Jeremías del desierto antes de llegar a Problems (fin de la cara A), fantaseaba con la idea de contar a mis amigos que la cinta era un regalo “de una periquita que había conocido”. Una chica-punk cañera. Lo curioso es que una guapísima muchacha (bien es verdad que poco punk) estaba al otro lado del coche-sauna, y me esperaba para hablar o dar una vuelta o qué se yo. Me miraba sorprendida. Quería ser amable y estaba aprendiendo a recibir a los invitados. Yo era el invitado, claro, pero no la hacía ni caso: la fantasía y el run-run pistolero ganaban la partida a la muchacha de carne y hueso.
Unos días más tarde fuimos juntos a la playa. Ella lucía salvaje su bikini sin dejar de ser niña buena y, al atardecer, con la luz envolviéndose en sí misma, las gotitas de agua se pegaban en su cuerpo como todas las cursilerías del arte poético nos han ya contado (perlitas, lagrimitas, temblorcitos....). El recuerdo de aquella luz me demuestra que lo ñoño también es categoría estética. Jugando al escondite toqué su piel, cogí su cintura, respiré el aire de su pelo. Supongo que el platonismo no es otra cosa que amar en las pieles la primera Piel. Todos los atardeceres de verano me acuerdo de aquella luz reflejada en la carne que no se hizo verbo.
Dejé de intentar ser punk y me convertí a la new wave. Para abrir perspectivas de análisis. Fabuloso el poder que las chicas han tenido siempre en mí
1 comentario:
Lug, deliciosa tu crónica. "El día en que compré mi primera cinta de los Sex Pistols" da para un cuento. Te aseguro que da. Ya tu entrada es un proto-cuento, tortuga bicéfala. O quizá un perfecto micro-relato, ya listo, donde nada sobra y nada falta. Que mezcles la lectura de "El Caso" por parte de tu abuela con el coche-sauna, los diminutivos poéticos kitsch para aludir al agua sobre la piel femenina y el tránsito del punk a la new-wave por culpa de un bikini ... me encantó. Tengo colgada en la entrada de casa una remera de los Sex Pistols arrugada dentro un marco antiguo, como un tributo a las horas en que me arrancaron de la melancolía. Supongo que el impacto de la música se mezcla inexorablemente con las experiencias vitales del día en que nos toca escucharla.
Besos pistoleros.
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