miércoles, 29 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (III DE IV)

III

Borrar por quemadura. La técnica me la habían presentado hace años, arropada por zumos y aromas exóticos, una pareja de ex – toxicómanos, ex – presidiarios y ex - descreídos cercanos en aquellos días al movimiento evangelista ecuménico y carismático. Estábamos en la era anterior al enloquecimiento del tatuaje, cuando lo futbolistas – todo lo más – se dejaban el pelo largo o se ponían pendiente. Sólo los legionarios, los marineros y los malandrines se tatuaban la piel. Antes de David y Victoria Beckham. Quiero decir que entonces – o así lo interpretaba mi interlocutor – el tatuaje era impedimento para la reinserción, la búsqueda de trabajo o la conversión a la palabra de Dios. Y él, que se había dibujado por amor al arte, a la testosterona y a la embriaguez , en el hombro y en el reverso del antebrazo, mujeres y ballenas, él que no era bello como mi mujer del puerto pero sí divertido y que me abría su corazón, él me habló de cómo estaba procediendo a borrar su pasado con la plancha, a modo de demolición controlada de extrarradio, con pequeños toques que negaran la culpa de la piel sin caer en los excesos del alma.

Y estaba la mujer, la pareja de mi informante en los asuntos del tatuaje y su borrado. Ella era también bella. Quiero decir que a mis dieciocho, ella con sus veintitantos me parecía que estaba buena, y sólo me confundía su obsesión por la guitarra y las canciones religiosas en las que decía, entre otras lindezas:

Dime por qué
Las rocas en el mar
Las rocas en el mar
No pueden navegar

Son demasiado pesadas
Para navegar

O algo así. Me enamoré perdidamente en dos semanas y aquel amor continúa vivo aunque dilatado como una gran lágrima (¿corrida?) del alma que discurre a lo largo de treinta años. Si los intensos colores del alma no se diluyeran progresivamente y se secaran y se cubrieran de polvo e inmundicia, no podríamos vivir. Al menos a mi me pasan esas cosas. Pero no quiero engañarles. No se imaginen romances tórridos ni besos ni arrumacos carismáticos-carnales. Nunca conseguí hablar con ella más de dos palabras. Eso sí, escuchaba sus canciones con placer de novela pastoril y a ese "estar a la escucha" se redujo aquella pasión adolescente. Los tíos, es una constatación que cualquiera puede hacer, somos bastante tontos en asuntos de sentimientos. Como no soy excepción debe quedar claro que por ella, por estar en su cercanía, no sólo hubiese escuchado las canciones religiosas sino que me hubiese convertido al culto, integrado en un coro godspell o tatuado la espalda con santo- cristos. Pero no era el caso que decía Wittgenstein.

La amistad con aquel grupo no duró más allá de tres o cuatro semanas. Si es que puede llamarse amistad a aquello. O, para mejor ajustarnos a los hechos , al cabo de tres semanas yo ya había trabajado no menos de cuatro o cinco horas diarias como peón en la reparación del hogar comunitario, había gastado mis ahorros del verano (dos meses de trabajo) y no me había convertido. Sí logré recibir un curso completo del tránsito de la toxicomanía a Jesús. Y sobre el borrado de tatuajes con plancha. Y recibí el amor distanciado de aquella mujer que me regalaba las canciones sobre las piedras que no pueden flotar ni navegar.

Una cosa más. La cosa significativa, supongo. En la última semana me fue revelado el cuerpo de la mujer como pizarra o icono de mi maestro borrador. Ella tenía, en efecto, pequeñas quemaduras en el hombro, en la mano y en la parte superior del pecho. La más grande no tendría un diámetro mayor de cuatro o cinco centímetros. No quisieron decirme qué se había borrado. Quizás sólo puntos. Quizás constelaciones enteras de estrellas. El hombre insistía en que las quemaduras desaparecerían y, con ellas, los dibujos.

Pero el cuerpo tenía otros signos. Dos cicatrices en el vientre, huellas amplias de cuchilladas que marcaban su piel. El signo de la navaja no se borraba. Se exhibía como las llagas de Cristo porque había venido de fuera, de unas fuerzas de providencia que les habían conducido al camino. El borrado era cifra de arrepentimiento, conversión y reinicio en lo divino. Olvido enmarcado por esas cicatrices.

Ella me miró irónica. Me dijo: “Jesús te ama” y continuó con su guitarra.

5 comentarios:

PÁJARO DE CHINA dijo...

Menudo viraje, Bicéfala. Tengo que masticarlo, porque domesticarlo no podré, nunca.

Luna Miguel dijo...

Que pasada.

Luis González dijo...

Yo tampoco logro domesticar "la marca". La narración se pierde. ¿Quién gana? ¿La metafísica, la poética? Tengo problemas con el género literario, con el estilo. Me dejo llevar por la "anomalía" y sólo, agonísticamente, me conducen la gramática y la perturbaciones emocionales. Inconscientes ambas. Me siento movido por las yeguas del poema de Parménides (unas yeguas embriagadas, parientes deformadas como en un cuadro expresionista, de las Hijas del Sol del poema).

Yo soy la anomalía. Sólo los que escriben a pie de página, en los márgenes (muchos callan).

Nunca lograremos saber nada de la misteriosa(???) mujer del pùerto. Sólo por una curiosa conjumción de la memoria su quemadura se ha asociado a otras historias.

¿Qué escribiré mañana en el cuarto fragmento de esta historia?

Lamento defraudar-me; lamento defraudar-te (¿quién es -te?)

Luna, ¡qué pasada verte de nuevo aquí después de que cerraras tu blog a los comentarios! Me gusta tu blog cerrado. Los débiles nunca cerramos las puertas. ¡Fuerte la joven Luna recorrido su desierto!

Luis González dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luna Miguel dijo...

Te invito a leer Publico a partir del sabado y todos los dias de agosto, querida tortuga, publico una columnita, un Ladras o mueres,

no hay comenterios
pero
mi
casa
es
tu
casa


sigo con Is Not Deadddd.