IV
Ahora vuelvo con mi bella desconocida del puerto y con su tatuaje no del todo borrado. Podría imaginar historias truculentas o relatos de amor en el contexto de las politoxicomanías. Podría acercarme, seguir sus pasos hasta llegar a casa o invitarla a un café o a una copa con intenciones claramente copulativas. Pero voy a pasar de todo. No reconoceré su cara en el invierno. Fantasearé con su piel quemada, reconstruiré fuera de texto lo que oculta debajo de la marca; sé que la objetividad en este caso se torna tan imposible como la cópula cuando dos personas se cruzan en la calle.
El autor, que no tiene tatuajes, se muestra tan defraudado con la historia como el propio lector. En verdad siente repugnancia al recordar la cicatriz navajera de la joven ecuménica pero no perderá su tiempo en la búsqueda de las causas. No hay más posibilidad narrativa. Sabe, por fuentes indirectas, que algunos años antes de su conversión a Jesús, la pareja pasó más de un año en la India. Y que nunca salieron de una plaza cercana a la estación de ferrocarril de Bombay( Chhatrapati Shivaji Terminus). Shiva no les abrió la puerta de la libertadendiosnuestroseñor y, por eso, esperaron a Cristo. Una pena para los que esperan la salvación en el Oriente. Pero todo esto es cotilleo teológico. Irrelevante. Si el lector tiene necesidad de ver algún tatuaje en esta historia puedo reiterar que el que suscribe contempló los tatuajes del hombre (“mujeres y ballenas”). No había belleza, advierto, pero el lector es libre de imaginar lo que quiera.
Dice el Bhagavad Gita (XI):
“ Yo no puedo ser visto
tal como tú me has visto,
ni mediante los Vedas
ni mediante el ascetismo,
la limosna o el sacrificio.
Sólo mediante la devoción
a mi exclusivamente consagrada
puede alguien en esa forma, oh Arjuna,
conocerme y verme en toda la verdad
y penetrar en mi”
Emplazo al lector a la devoción y su exigencia: el abandono de toda escritura.
El autor, ateo confeso de todas las idolatrías (ateas o no), deja este texto como quemadura en un tatuaje.Lo que oculto bajo la quemadura de mi escritura es el miedo y la impotencia. Lo que oculto es el deseo de pasar la lengua por la piel abrasada y leer con ella lo que se oculta a las retinas. El tacto es superior a la vista. Los que tememos tocarnos nos perdemos para la salvación de los cuerpos.
Fantaseo, pues, con la imagen de mi lengua filtrando el néctar de aquello que oculta el tatuaje salvajemente borrado. Yo como mariposa libando la verdad de la verdad de la verdad de la verdad en aquella marca. Borro.
¡Qué pasada! (L.M.)
Imagen: DR LAKRA
1 comentario:
¿Qué esperarse de la Bicéfala sino textos anómalos? Ese es su don y su látigo, su dicha y su dicha. Por eso sigo sus pasos devotos y extraviados, que aspiran a convertirse en lengua que lame un tatuaje para decodificar su historia. O no. Solo para lamer y dejar de escribir.
Los parientes de la Bicéfala deben, por definición, ser irresistiblemente deformes, gramaticalmente inconscientes y adictos a las perturbaciones emocionales.
La mujer del puerto no era una mujer con tatuaje. Esa mujer no llevaba un tatuaje quemado. Esa mujer no era una quemadura. Esa mujer era la huella del tatuaje bajo la quemadura inconclusa, convertida en objeto absoluto del relato.
Su devoto Pájaro de China se saca el sombrero (a veces usa, uno parecido al de Leonard Cohen).
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