La sangre se extiende y mancha su vestido. Unos ojos negros como la imposibilidad del perdón miran la cara apagada de la niña y se debaten entre la inmensidad de un placer que culmina y el arrepentimiento que como un relámpago clarea el alma.
Después llega la ocultación y el ascetismo. Hundido el cuerpo entre las telas de su túnica, el lógico esteta mira el atardecer y castiga sus ojos cerrándolos cuando los rayos del sol van a anunciar la esperanza de una humanidad que clausura sus negocios y sale a las terrazas para combatir el calor. Desea escribir pero golpea su mano. Se corta el pulgar. Se arranca un ojo para, finalmente, dejarse llevar por la aceleración nerviosa de su corazón. El corazón recuerda el momento de la furia, cuando el chorro de tinta escribió en el cuerpo ausente la palabra belleza. Se ahoga de nuevo en el placer y se excita en la expiación, el castigo y la renuncia al mundo.
La luz verde acaba borrando la sangre, devuelve color a la cara de la niña que no sonríe. Ha pasado quizás un año. La pena está cumplida y el libro finalmente culminado, en manos de las institutrices, hace soñar a las mariposas, a las ninfas, a sus padres. La luz tacha la vulgaridad de la carne abierta porque la subraya con toda la paleta de colores. La gran mentira del color.
La hermana de Gregorio Samsa toma un autobús en Praga y siente el primer signo de su menstruación. Sonríe a sus padres y olvida a Alicia en el maravilloso mundo de las tardes de té en casa del reverendo aficionado a la fotografía.
Después llega la ocultación y el ascetismo. Hundido el cuerpo entre las telas de su túnica, el lógico esteta mira el atardecer y castiga sus ojos cerrándolos cuando los rayos del sol van a anunciar la esperanza de una humanidad que clausura sus negocios y sale a las terrazas para combatir el calor. Desea escribir pero golpea su mano. Se corta el pulgar. Se arranca un ojo para, finalmente, dejarse llevar por la aceleración nerviosa de su corazón. El corazón recuerda el momento de la furia, cuando el chorro de tinta escribió en el cuerpo ausente la palabra belleza. Se ahoga de nuevo en el placer y se excita en la expiación, el castigo y la renuncia al mundo.
La luz verde acaba borrando la sangre, devuelve color a la cara de la niña que no sonríe. Ha pasado quizás un año. La pena está cumplida y el libro finalmente culminado, en manos de las institutrices, hace soñar a las mariposas, a las ninfas, a sus padres. La luz tacha la vulgaridad de la carne abierta porque la subraya con toda la paleta de colores. La gran mentira del color.
La hermana de Gregorio Samsa toma un autobús en Praga y siente el primer signo de su menstruación. Sonríe a sus padres y olvida a Alicia en el maravilloso mundo de las tardes de té en casa del reverendo aficionado a la fotografía.
La estética, moribunda, resucita en la religión (la ética se refugia en los intestinos de los cínicos)
Imagen: Silencio de los corderos
5 comentarios:
El calor no hace mella en la creatividad bifronte de la tortuga bicéfala.
¡Magnífico!
Abrazos
No tanto, hermano Stalker, generoso visitante.
Exploración alucinada y exacta de los encuentros de Alice con el reverendo matemático, con una audacia enorme para empujar el límite y hermanarla con Clarice Starling y depositarla en la vida de la hermana de Samsa. La tortuga bifronte escribe cruzando la soga tendida de siglo a siglo. Escribe como hubiera escrito Philippe Petit, si hubiera escrito. Chapeau!
P.S.: Extraordinarias, también, las codas con el itinerario de la ética y la estética.
Quiero más de esto. Lo siento. Volví a leerlo. Me provoca el síndrome del pretérito imperfecto. Me envicié. Quiero más (creo que ya lo dije).
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