
"El punto es un elemento geométrico adimensional, no es un objeto físico; describe una posición en el espacio, determinada en función de un sistema de coordenadas preestablecido" (Wikipedia).
En la cartografía de la emociones - ese empeño iluso por el que dispuestos estamos a perder la razón y los buenos modos - la mirada del que ama se revela como bomba atómica siempre atenta a causar el mayor daño posible en aquello en lo que se detiene. Cosas del corazón - tirano de la mirada -, órgano puntilloso que habita en el cerebro o el hígado y lo ocupa totalitariamente. La mirada de Eurídice, explosión termonuclear, pulveriza la carne y las vísceras de Orfeo, esparciendo grumos por el espacio blanco del lienzo para, en una segunda pasada, convertir el fragmento en molécula y la molécula en átomo, electrón, fotón, quark... y lo más pequeño - pequeño que la materia sea capaz de digerir en su vacío original. Y si hace eso con el cuerpo ¡ imaginemos lo que hará con el alma!. Polvo somos aunque nos llamemos Orfeo y nos hayamos pegado la movida de bajar hasta los mismos infiernos para rescatar a la chica. Ella, porque nos mira, nos pulveriza del mismo modo que, si habitáramos en la nada, nos daría el ser. La más cruel de las violencias la ejerce el ojo amante (y no me refiero al de Rimbaud) cuando se pone metafísico, es decir, casi siempre (ver: Sade, Bataille, Gilles de Rais....).

Y la Forma (o las formas, seamos posmodernos) llena el espacio blanco del plano de un conjunto indefinido (aunque definible) de posiciones posibles en las que el amado puede moverse. Y así, convertido en punto, puedo definirse sin estridencias de la amabilidad al deseo, de la pulsión sexual a los esponsales y de estos a la amistad y el saludo sonriente, de la apatía a la exaltación, y todo ello sin que en el ir y venir se congestione el sistema. La mirada amante, sin tratamiento, es incapaz de romper el marco de las grandes palabras e imposibilita el tránsito de la pasión lúbrica a la amistad o la camaradería de los transeuntes. Revienta. Nos revienta.
Soy un punto. Nada: ni amante ni esposo ni amigo ni voluptuoso sexo ni pasos acompañantes en el camino. Y lo puedo ser todo, bien ubicado en el marco de coordenadas. Ser abstracción, como el destinatario de la carta antes de su materialización, como el que habita al otro lado del chat. Nada formalizada, dispuesta a mil destinos en su movimiento por el plano y las coordenadas. Una flor en un círculo. Tan cruel o tierna como desees dentro del marco de lo posible, del juego que define la mirada.

Imágenes: Yves Klein: Archisponge- Re11 (1960)
Buñuel: Un perro andaluz (1929)
Robert Mapplethorpe: Gardenia (1978)
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