miércoles, 24 de febrero de 2010

Judit (y4). Espacio (y2)

"Y se había hecho Judit una estancia en el terrado de su casa y se había ceñido a la cintura un cilicio, y llevaba puestos los vestidos de su viudez. Y ayunaba todos los días de su viudedad, salvo las vísperas de sábados y los sábados, y en los días de luna nueva y en sus vísperas, y en las fiestas y celebraciones de la casa de Israel. Y era bella de rostro..."

"... y se vistió los vestidos de su felicidad..."

"Porque vergonzoso será para nosotros si dejamos ir a mujer semejante sin haberla tenido en nuestra compañía y si no la conquistáramos se reirá de nosotros"

" Y muchos la desearon pero no conoció varón en todos los días de su vida"

Texto: Libro de Judit

Imágen: Cindy Sherman: Untitled nº 228 (1990)



La historia de Judit es una narración sobre el espacio. Por eso cabe su ordenación en el estante de los libros que tratan del arte de la guerra. En la estrategia lo único importante es el movimiento de las piezas en el tablero. El tiempo es, a la postre, irrelevante. Una partida de ajedrez pudiera durar varias vidas.

El espacio; la extensión y la materia. En el inicio era el cuerpo y, luego, lo que se ubica "a la mano", en su círculo de dominio y que podemos considerar que expande el cuerpo allá de sí, en red de fibras nerviosas artificiales y trastos. El cuerpo es la primera extensión y la plataforma deslizante del pensamiento y la emoción sobre el magma de la materia informe, espesa, oscura pero perforada por gusanos de luz. El cuerpo se desborda en la instrumentalidad técnica, en la desviación de significados que implican las artes y en toda la experiencia estética más primaria: la extraña cercanía de dos rostros en la conversación, la distancia de un beso, la proximidad (el cerca-cerca) imposible que se nos muestra en la caricia tenue a un bebé o en la presión vigorosa de los amantes. El espacio (cuerpo o tierra) expandido, sí, pero también barrido por rasgaduras y líneas trazadas con dedos torpes o con el más fino bisturí, ese que no deja huella, sólo un hilo rojo que abre el cuello como un libro y derrumba los diques que contenían la sangre (el color), esa sangre que está ahí siempre dispuesta a salir a borbotones. El cuchillo de Judit marcando el cuello del general asirio ---- imaginamos la sutilidad del degüello .

Judit negando el espacio en el tiempo cero de la historia. Anoréxica y vestida de negro o harapos, forzándose a la comida sólo por aceptación de un calendario que le viene de fuera, de la Tradición . Exiliada voluntariamente en el terrado, cercando el espacio en los límites de una celda oscura, Judit rasga la piel con pequeños suplicios y abandonos, dejando que el cuerpo se consuma hasta llegar a la mínima expresión. Así yo con ella, cerrándome en la geometría básica y los colores planos, en la paleta del negro sin matices o sólo modulándose por el leve reflejo de la luna o el hilo solar que no logra taponar el muro. No ser y vaciarse a todo menos a la luz, el color y las formas simples. Ser un Mondrian en la Tierra Prometida. El tiempo de la felicidad, el de los hermosos vestidos y las sedas y las piedras que brillaban a lo largo del arco iris quedó enterrado bajo las piedras que cubrieron el cuerpo del esposo.

Y sin embargo ella, la débil, lo flojo entre lo flojo, Judit (no otra) desde el espacio cerrado se lanza a la geometría de los grandes espacios, traza con escuadra y cartabón la estrategia. Ella es capaz de narrar el juego de las líneas en la pared y su divergencia con las del suelo con pasión que asusta a todos lo hombres, a esos que debían defender la Tradición y que, en sólo cinco días, pensaban entregarla a los enemigos, asumiendo el pago en esclavitud, el pillaje y el secuestro de sus ninfas. Ella da miedo porque no se asusta y se lanza desde el cuerpo negado por el duelo a la Inteligencia Militar. Trabaja en paralelo a su duelo - una relación en paralelo (dijo) - y abre su cuerpo de nuevo perfumado al gran espacio de la Historia, el Imperio, la Seducción.

El umbral de la hembra misteriosa
es la raíz del cielo y de la tierra
-- dice el Libro del Tao

El hombre poderoso no puede reprimir el ansia de conquista. Cree que el gran espacio arrebatado a mil pueblos y sometido al terror asirio le ofrece margen para su devaneo, para olvidar la vigilancia que siempre debe acompañarnos al acercarnos al umbral de la mujer. Nos pierde la soberbia porque creemos que si no conquistamos la belleza del megaestímulo (Judit, no confundamos) se reirá de nosotros porque ella parece que sólo ama al que la intenta seducir y conquistar con regalos y viajes fantásticos al Bagdad de las mil y una noches parisinas, itinerario magnífico que hará perdonar el tedio conversacional o el hecho de que él es el enemigo. El hombre es (soy) tonto. El valor viril se enreda y pierde en el miedo al ridículo.

El pequeño espacio del cuerpo anulado en el ayuno lanza sus miríadas geométricas en el gran espacio de la Historia con sólo añadir un contorno de ojos a su mirada y cubrir el cabello de perfume y henna. Judit diseña arquitecturas imposibles excitando el deseo de todo el Alto Mando. Vencerá al enemigo permaneciendo el alma en la más estricta pureza. Ya dije: una relación en paralelo que en Judit sí fue posible y no se cargó con la sospecha que siempre rodea al monje-soldado (la duda de si no pecará contra el recato monacal en la soberbia bélica o debilitará a su escuadra con inoportunos toques de oración). Pero ella sí, megaestímulo de Holofernes, ejecuta su danza en paralelo y con cierto aire de pereza que la hace aun más encantadora. Pero esa pereza no es (o no es sólo) estrategia de seducción. En efecto, no debemos olvidar que trabaja en paralelo sin ser infiel, en rigor, a ninguna de sus tareas (viuda en la celda y comandante guerrillera). Judit toma el gran espacio sólo para retornar, al final de la batalla, al mismo pequeño hueco, a ese vacío en negro de la celda donde la única tonalidad la define la luna cuando, en la vertical, deja caer un sólo rayo en la mancha del inmenso misterio de la materia.

Judit y el espacio. La materia y sus misterios. Ni Caravaggio pudo sostenerte la mirada.

Un megaestímulo que no se asusta del puesto e intriga a asirios y judíos con su "juego en paralelo".

Judit me confunde. Me uno a su corte de criados - siervos que deben asumir el mismo rigor ascético y la misma invisibilidad- que acompaña a la señora en su retorno. Se acabará el doble juego. Judit, sólo para mí en mi servidumbre. Sólo para mí y para Dios.

1 comentario:

Tang-Lo dijo...

No estoy al cien por cien de acuerdo con tus reflexiones -eso lo sabes-, pero lo cierto es que me están ayudando mucho en la percepción de nuevos aspectos del personaje, de la Historia, y del Arte que nunca antes habías tenido en cuenta. Por lo demás, estoy seguro de que me dejarás un trozo no más de la heroina experta en el arte de la Guerra para tomar un café con la daga enterrada...