"Los gestos decorativos aportan romanticismo a una vida"
(Don Delillo: Ruido de fondo)
Nada que decir en el día de hoy. Nunca nada que decir. Quizás, como decía Ortega, recordar que sólo lo superfluo es necesario. Y que no hay que cambiarlo de nombre ni decir que realmente no es tan frívolo y superficial como parece. No. No inventemos profundidades. Sólo tomemos conciencia de que daríamos la vida por un abrazo, un roce de rodillas o unos pies que se encuentran en la fría noche. Por una palabra.
Por una danza: la cabeza del Bautista (Juan).
Por un caballo: un reino (Ricardo)
Por una manzana: el Paraiso (Adán)
Siempre me ha parecido sosprendente la desproporción que habita en los más profundos sacrificios e intercambios humanos. El hombre es el animal que no sabe hacer cuentas. Un impulso, el deseo, el más trivial de los caprichos eleva la apuesta al infinito.
¿Quién pondría en riesgo la salud de su hijo por un ratito más de charla, por un intercambio pícaro o sonrojado de miradas, por una complicidad de escritura o conversación? Quien descubra rareza o lo pretenda ininteligible desconoce la llamada del hambre en el hombre. Hambre de lo superfluo, de flatus vocis. Extraño.
Bruno se negó a reconocer que se equivocaba defendiendo el sistema heliocéntrico y la infinitud de los mundos. Giordano: Un capricho. Murió en 1600.
Para Belarmino (Roberto Francesco Romolo, martillo de herejes) la hoguera no era cosa de broma. Para Giordano eran más importantes las volutas cósmicas de los astros que el olor a carne quemada (la suya). Una extravagancia estética. Quizás se achicharró feliz sintiendo como sus tristes carnes se elevaban hacia el éter (o mostraba que él era YA éter).
Un hombre y una mujer ponen en peligro el cosmos por un caprichoso baile de palabras, confidencias, banalidades y otros utensilios decorativos. Cambian lentejas por éter.
Nada es extraño. Ni la lágrima que recorre el rostro del hombre.
Satie, un capricho triste. Un capricho.
¿Gana la estética en toda su debilidad a la ética?
Nada que decir en el día de hoy. Nunca nada que decir. Quizás, como decía Ortega, recordar que sólo lo superfluo es necesario. Y que no hay que cambiarlo de nombre ni decir que realmente no es tan frívolo y superficial como parece. No. No inventemos profundidades. Sólo tomemos conciencia de que daríamos la vida por un abrazo, un roce de rodillas o unos pies que se encuentran en la fría noche. Por una palabra.
Por una danza: la cabeza del Bautista (Juan).
Por un caballo: un reino (Ricardo)
Por una manzana: el Paraiso (Adán)
Siempre me ha parecido sosprendente la desproporción que habita en los más profundos sacrificios e intercambios humanos. El hombre es el animal que no sabe hacer cuentas. Un impulso, el deseo, el más trivial de los caprichos eleva la apuesta al infinito.
¿Quién pondría en riesgo la salud de su hijo por un ratito más de charla, por un intercambio pícaro o sonrojado de miradas, por una complicidad de escritura o conversación? Quien descubra rareza o lo pretenda ininteligible desconoce la llamada del hambre en el hombre. Hambre de lo superfluo, de flatus vocis. Extraño.
Bruno se negó a reconocer que se equivocaba defendiendo el sistema heliocéntrico y la infinitud de los mundos. Giordano: Un capricho. Murió en 1600.
Para Belarmino (Roberto Francesco Romolo, martillo de herejes) la hoguera no era cosa de broma. Para Giordano eran más importantes las volutas cósmicas de los astros que el olor a carne quemada (la suya). Una extravagancia estética. Quizás se achicharró feliz sintiendo como sus tristes carnes se elevaban hacia el éter (o mostraba que él era YA éter).
Un hombre y una mujer ponen en peligro el cosmos por un caprichoso baile de palabras, confidencias, banalidades y otros utensilios decorativos. Cambian lentejas por éter.
Nada es extraño. Ni la lágrima que recorre el rostro del hombre.
Satie, un capricho triste. Un capricho.
¿Gana la estética en toda su debilidad a la ética?
1 comentario:
Excelente texto. Gracias!!
Y Leonora Carrington, una maestra, como siempre. ¡No puedo creer que ya no esté!
Un saludo
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