La película comenzaba a las 17:30. Como estar a la puerta de un cine semivacío o comprar palomitas tengo por cierto que no ayudan a mi salud emocional ni reducen la tristeza del mundo, me fui a dar una vuelta. Me gusta andar. También me gusta el cine, los mapas, Tokio y, últimamente, fumar cigarrillos. Vale: fumar cigarrillos me gusta sólo un poco y, además, con mala conciencia. Podría hacer un listado de las cosas que me gustan con mala conciencia y estaríamos un buen rato pero creo que nos saldríamos del tema y de la historia. Sólo serviría para sonrojarnos. Debo decir, para que el lector tenga más referencias, que también hay cosas que no me gustan. Por ejemplo, no me gusta fumar en la calle si estoy solo. Por eso, después de caminar unos diez o quince minutos entré en una cafetería en la que nunca había estado y pedí un café con hielo.
La camarera no me sonrió. Me preguntó seria y servicial si quería limón y yo, en una típica espiral de paranoia por sordera, imaginé que ella no me había oído (soy consciente de que a veces sólo me escuchan mis labios). Repetí la instrucción más alto y vocalizando. En menos de un minuto, tenía mi café y mi vaso con hielo. Eficacia. A mi derecha, de pie como yo, había un hombre más o menos de mi edad pero con el pelo peinado al modo tupé en crecimiento – a lo Elvis pero arrastrado hacia el cogote – y con unas horribles gafas de sol que le tapaban la cara. Tenía mechas de color en el pelo. Me miraba y leía el Interviú. Por un momento creí que era una macarra chulo- putas o que quería ligar conmigo. O ambas cosas. Reconozco que soy puro prejuicio.
Ensimismado en mis propias miserias no fui consciente de la entrada de nuevos clientes. No había pegado ni tres caladas a mi pitillo cuando, a mi izquierda, oí una voz que me pedía fuego. Al levantar la vista vi a un chino con un cigarrillo en la mano. El chino tenía también un cierto aire canallesco y, como uno tiende a suponer que los japoneses aniquilaron esa estirpe con el crecimiento económico que siguió a la guerra, por eso digo que era chino. Es decir, que no soy experto en fisonomía y me dejo llevar por las primeras ideas que me vienen a la mente. Después – o a la vez – de que le dejaba mi mechero, el joven solicitó a la camarera una “copa magno”. Ella le sirvió el coñac y él sorbió veloz casi la mitad de la copa, comenzando en una acelerada carrera a echar monedas en la tragaperras. Los sonidos de las tragaperras llenaron el bar y se enlazaron amorosamente con el lienzo "Mechas del macarra con tupé a la hora de las primeras copas".
Lo maravilloso tuvo lugar en ese momento. El chico chino del coñac había dejado su casco- motorista sobre la barra. Misteriosamente comenzó a brillar con la luz de la tarde y, al girar mi cabeza hacia las copas y las botellas de los estantes, comprobé que también habían iniciado el parto de los reflejos, signo inequívoco de que yo estaba entrando en el estadio estético y que el bajón se iba a tomar viento. En un plis-plas. La camarera me sonrío muy ampliamente – como si compartiéramos un secreto o yo hubiese sido muy amable con ella en otra vida. La copa de Magno, el chino que me pide fuego y el sonido de la tragaperras me parecieron un escena antropológica encantadora, subrayada por la bonita cara de mi camarera. En realidad no entiendo la racionalidad del proceso de liberación pero debo analizarlo para intentar repetirlo conscientemente. (Tarea: créese el algoritmo que nos hace salir de la tristeza).
Vi la película. El bajón reapareció a los quince minutos (durante la proyección) y no porque la película fuera triste. En general la tristeza me pone (bien). No; sencillamente las imágenes y la bella actriz no me elevaron el ánimo. ¿Es esto signo cifrado de la decadencia nipona y de la conversión de China en el gigante geopolítico mundial? No lo creo. En todo caso dice poco de mí que tenga más capacidad para emocionarme un repartidor de rollitos chino y macarra que una bella limpiadora de pescado asesina a sueldo.
Por la noche, en una verbena de pueblo y con el viento norte golpeándome la cara, interpreté comunitariamente la conocida canción mejicana Sigo siendo el rey. Cualquiera que me conozca sabe que las verbenas populares no son mi hábitat y que jamás bailo ni canto públicamente. No creo, salvo en sueños, en la comunidad. Sin embargo grité las célebres estrofas y a punto estuve de implicarme en el corro que se formó. Una solución desesperada, como un chute de adrenalina en el corazón del infartado. Creo que este método no precisa de mi algoritmo. Es el salto adelante. Solución desesperada y muy eficaz. Como la de los protagonistas de la película fornicando en un vagón de metro parisino en pleno centro de Tokio. A veces para ubicar sonidos y dibujar mapas son necesarias medidas extremas.
Al final de la jornada, tumbado en la cama, me sentí bien por haber salido del agujero. Querida Isabel: me ayudó más en la terapia un chino macarrilla que se toma una copa de Magnum que los sonidos de Tokio. No me ayudaste pero, no sé por qué, te sigo queriendo. Y prometo volver a ver la película así que pase un tiempo. Cuando ya esté tranquilo y aún no muerto.
Video: Derribos Arias: Tupés en crecimiento