sábado, 5 de junio de 2010

LA FÁBULA DE LA LIEBRE Y LA TORTUGA (2)

Caminaba la Tortuga pensando que para la tristeza y el sentimentalismo siempre hay motivos siendo del todo idiota apenarse y entristecerse por ello. Medita la Tortuga a paso lento y se dice que todos caminamos poquito a poco o rápido y que, de vez en cuando, echamos carreras buscando amigos y enemigos, quizás algo de amor y orgullo. Por eso la Tortuga nunca ha temido inscribirse en las competiciones organizadas por las más diversas instancias zoológicas aunque sabe que sólo desde un punto de vista lógico es posible la victoria. La mayoría de las veces su pesado cuerpo compite contra su sombra como el boxeador que se entrena mirando la pared en una oscura película de cine negro.

Cuando la Liebre apareció en el horizonte, la Tortuga tuvo por seguro que habría carrera. Bien – se dijo.

La Liebre redujo con habilidad su larga zancada y se colocó a la altura de la Tortuga.

- La verdad, dijo, estoy un poco harta de esta locura de la velocidad. Más aún, creo que tengo una de mis patitas herida de veras. ¡Qué pesado ser tan rápida como una centella!

- ¡Oh, cómo lo siento! – replicó la Tortuga. He de confesar que, en mi lamentable situación, siempre he admirado y envidiado a los animales que muestran velocidad en su caminar. Admiro a los campeones porque yo, que tanto deseo ganar, nunca lo consigo. ¡Sería un placer que me contaras tus andanzas y, si cabe, algún secreto! En todo caso, si tu deseo es abandonar momentáneamente el glamuroso mundo de la rapidez, aquí a mi lado siempre encontrarás un hueco. A mi ritmo no se suele ganar la carrera pero quizás sí podemos entretenernos con las pequeñas cosas que nos salen al encuentro.

Y así, como quien no quiere la cosa, se fraguó la amistad de la Liebre y la Tortuga. Se inscribieron en la carrera del Bosque y comenzaron la andadura.


Ni que decir tiene que la Liebre no podía aguantar mucho rato junto a la Tortuga porque se le resentían los muslos por efecto del paso lento. Por eso la Liebre, tras las más bien breves conversaciones sobre el amor y la belleza, se lanzaba en frenética carrera hacia la meta. No pretendía cruzar la línea final porque encontraba entretenida su rara amistad con el galápago. Muchas veces incluso retrocedía hacia los antiguos desiertos que trataba de civilizar con su paso rápido. Por eso, la Liebre se fijaba una etapa con precisión geométrica y allí esperaba a la Tortuga sesteando o enérgicamente ocupada en las distintas tareas de habilitación y balance.

- Cuando lleguemos a la meta, le dijo la Liebre a la Tortuga, echaremos a cara o cruz quién cruza primero. No puedo negar mis deseos de ganar pero entiendo que tú también sueñes con el triunfo. Dejar al azar la decisión no deja de ser excitante. Y debo reconocer que gozo con tu compañía.

La Tortuga aceptó la propuesta de la Liebre. Nunca se había sentido más cerca de la victoria y le gustaba oír las historias que sobre sus triunfos y viajes le narraba la Liebre. La Tortuga envidiaba a la Liebre aunque, curiosamente, aprendió con ella a valorar la lentitud de su propio estilo.


Imagen: John Constable: Molino de Gillinghen (1829)

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