viernes, 11 de junio de 2010

Trilogía para un fin de semana con lluvia (1)


"El día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna , o sucumbiré" (Robert Walser: Jakob von Gunten)

Soy un desastre a la hora de hacer balances. Por eso me construyo una gigantesca máquina para hacer cuentas vitales que donaré tras mi muerte al Municipio. Es chulísima y espaciosa: un Centro Pompidou con la funcionalidad lógica del Ars Magna de Ramón Llull. Sin embargo sus resultados son caóticos. Si resto de los momentos de gozo que mi ama me ha ofrecido en el pasado los suplicios generados por su silencio - ahora me niega toda orden imperativa - el resultado unas veces es cero y otras no. Mi máquina tiembla impresionista y reivindica el gozo ganado o, por el contrario, se desgarra a lo Munch resaltando lo doloroso que es no poder sufrir el dolor sus caprichosos imperativos. En fin, últimamente el artefacto se posmoderniza y me incita a gozar como un perro trans-queer del dolor de su silencio. Su silencio me pone y, sano como soy en el fondo, me asusta mi perversión ahora que se deja ayudar por la tecnología.

Y me digo que no sé hacer balances y, por eso, soy criado fiel y obediente pero no administrador de existencias. En posición zen-sado-maso repito los aforismos de Heráclito: todo deviene en su contrario. Las sintonías finas del amo y el esclavo culminan en silencios de respeto civilizado. ¡Así no hay quien sufra honrada y sencillamente como un campesino!

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Imagen: " Actrices del Phibada Opera Troupe, de Korea del Norte, llegan al municipio de Chongqiong (China), donde van a interpretar la versión coreana del clásico Sueño en el pabellón rojo " .

Huérfano de ama, miro a las actrices en el vagón de tren. No sabía que en Corea del Norte hubiese cantantes de ópera. Si lo hubiera hecho sí que es verdad que me las imaginaría serias como aparecen en la foto. Molan. Fantaseo con un tren que se para en medio de mi habitación. Durante un buen rato sus viajeras me miran fijamente y yo, esclavo vacante, me entusiasmo. Hago volatines y monerías para que descubran mi carácter bufón, mi cualidad esclava. Podría limpiar los cristales. Nada: callan y miran. Será porque son comunistas y creen en la dignidad de todo ser humano.

Mi mente torturada supone un largo pasaje subterráneo desde Pyongyang y Chongqiong que llega justo hasta los sótanos del teatro. Allí las mujeres simulan una sonrisa y, al finalizar el espectáculo, retornan a su seriedad silenciosa recorriendo miles de kilómetros sin ver la luz del sol chino.

Miro pasar el metro y es el metro, gusano de luz subterránea que une mi habitación con Pyongyang, el que me mira. Llamo a esto mística.

Imagen: Reuters

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