sábado, 12 de junio de 2010

Trilogía para un fin de semana con lluvia (2)

"Hay un punto en el que nosotros, los alumnos, nos parecemos todos: el de nuestra pobreza y dependencia absoluta".

"Todos los alumnos tenemos espejitos de bolsillo, aunque no sepamos qué significa realmente la vanidad" .

"Por eso Klaus se aplica ungüentos sobre las innobles llagas que le defiguran. A menudo recurre también al espejo, aunque no por fatua vanidad sino para observar los progresos de la cura"
Robert Walser: Jakob von Gunten

(Sueño epistolar del bandido añorando su condición de esclavo)

Por no complicar al lector me digo yo. Sabe usted que si no me importara tanto la búsqueda de la inteligibilidad diría y, a continuación, añadiría una primera persona del singular (Tú soy, tú deseo). Pero uno se debe al público, sobre todo en la condición de esclavo. Por eso digo que yo era una estructura mineral resquebrajada y usted, mi ama, entró como agua sacra rellenando los huecos, las fallas y toda grieta visible e invisible. Me sentí pleno, consolidado. Más tarde, al congelarse ese fluido hermoso, entraron en juego la fuerzas de la dilatación convirtiendo la materia de mi alma en polvo, ese polvo que manchó sus botines y ya nadie podrá limpiar porque lo impiden las feroces leyes de la república.

Por eso puedo decir que no es bueno mirarse en el espejo aunque uno, criado al fin y al cabo, atento a la etiqueta y la necesidad de una imagen adecuada para cada ocasión, se vea forzado a tener siempre uno a mano. Porque usted, mi ama, era la imagen del espejo y al optar por el silencio - ¡malditos afanes democratizadores, odiosa costumbre de negar el mando y la tutela! - usted rompió mi ya precaria identidad.

Pero soy yo el culpable porque insistí en mirarme con vanidad sientiéndome orgulloso de aquella que me reprendía por una huella en el cristal o una sopa ligeramente salada. Walser dice que el esclavo acaba pareciénsose al amo, como buen perro. Pero esto es vanidad de espejo, espejo que fluye en el río y nos hace sordos a la llamada enamorada de Eco. Eco nos salvaría con la única condición de que miremos a las voces del afuera. ¡Maldito espejito-espejito! Presos del reflejo especular somos sordos y Eco, anómalía del lenguaje, muere de tristeza, se disuelve en el aire. Ahora sé que sus gritos son los crujidos de la piedra al hacerse añicos por el efecto de la helada, la glaciación, el silencio que se niega a explicar el final del episodio.

Mirarse en el espejo, fortalecer el yo sentimental , viviendo el espejismo del Tú, del Usted, del Ama que en el pasado mandaba como señora de su casa y ahora, demócrata, calla porque no quiere humillarnos haciéndonos sentir esclavos... El esclavo sólo puede mirarse en el espejo de su ama terapéuticamente, para comprobar la evolución de sus costras y llagas, los estigmas de su condición servil. Si lo que había de servir de contraste en el TAC de la servidumbre - nuestra dueña en el acto de forzar la voluntad - nos lleva sentir vanidad y hasta orgullo, el espectáculo de la sumisión se cancela y nos encontramos en la puerta de la casa con la carta de despido y la libertad recuperada.

En las calles donde la república no acepta servidumbre y levanta su bandera la dignidad, uno sólo puede convertirse en triste místico o impenitente asesino.



Imagen: John William Waterhouse: Eco y Narciso (1903)

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