domingo, 6 de junio de 2010

La fábula de la Liebre y la Tortuga (3)


Cabe suponer que, en el devenir de la extraña camaradería dibujada en todo este episodio, la Tortuga se sintió en algunas ocasiones liebre. Si estábamos en medio de una carrera, ¿no es lógico desear las cualidades del mejor corredor?


- Sí, creo que desee ser liebre – confesó la Tortuga a un periodista. Sin embargo, no puedo precisar el sentido exacto de esa experiencia de desear ser otro. Todo, ahora, se me ofrece como sueño de sueño de sueño….Desde luego (se ríe), siempre retornaba a mi conciencia galápago.

- Pero esos momentos en los que deseaba el cambio de género y especie, ¿tenían lugar con ocasión de sus conversaciones con la Liebre o cuando ésta le abandonaba para avanzar en el recorrido y retornaba usted a la soledad del corredor?

- No sabría… Quizás cuando estaba con la Liebre me sentía liebre y en los largos momentos de separación deseaba ser liebre para avanzar un poco más rápido, llegar antes de lo esperado al próximo punto de encuentro con ella, sorprenderla y despertarla de la siesta cuando no imaginara mi cercanía. Tal vez sólo deseaba que se sintiera orgullosa de su apuesta por una carrera civilizada en la que al final nos jugaríamos el triunfo al azar del cara o cruz.

El lento andar de la Tortuga incita al cambio de especie. Los distintos “yo” afloran a la conciencia cuando el polvo del camino está tan cerca de la boca y se suda en abundancia incrementando las posibilidades del ensueño y los deseos de otro tipo de vida. El estilo de corredora de la Tortuga tiene algo de continuo trance o de éxtasis mesurado por el sentido del deber (que exige no desesperar en la tarea y no reducir velocidad). El paso lento y la anomalía bicéfala convierten el camino en espejismo de sí. La senda es larga y la meditación se pierde en ella. Si además nos inscribimos en una carrera en la que definimos aliados y contrincantes, la conciencia se desborda en romanticismos sentimentales de todo tipo. Una profundidad competitiva que destroza la identidad (aunque abre la vida a nuevas personalidades).


Como bien sabe el corredor de fondo, uno mismo es siempre el rival más importante. Y la Tortuga se esforzó con entusiasmo y luchó ferozmente consigo misma intentando llegar cuanto antes a los puntos de encuentro, conseguir que la Liebre se sintiera orgullosa de sus progresos y accediera a contarle nuevos secretos de carrera.

Hasta que un día cuando llegó la Tortuga a un punto de encuentro, la Liebre no estaba allí.


Imagen: Constable: Molino de Flatford (1818-9)

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