miércoles, 12 de agosto de 2009

DOS. POSTALES ( DESDE NORMAN ROCKWELL, CON AMOR)

Estamos en un restaurante donde sirven un buen menú por un precio adecuado. Es la hora de la comida y el salón está lleno de gente. Nunca me ha gustado comer en este tipo de lugares públicos aunque me garanticen dieta y moderación en el gasto. Me parece estar comiendo en el metro. El metro, el tubo por excelencia, no armoniza con mi tubo digestivo. Pero venga, estoy aquí, y pediré ensalada y filete. Nada comprometido.

He venido sólo y debo compartir mesa con otras personas. Los desconocidos me agotan con su movimiento de mandíbulas y su cháchara. Desconecto el aparato de audición. Una señora se sienta frente a mí y me fuerza al buenastardes y al queaproveche. Cuando llega la comida la señora mira a su alrededor y, sin decir nada, consigue silencio. Se convierte en foco de una escena. Luego junta sus manos y bendice la sopa. Nadie se ríe.



En 1951 una seguidora de Rockwell envió una carta al artista relatándole una escena similar a ésta. La corresponsal había contemplado en Filadelfia, en una cafetería de la cadena Horn & Hardart , a una anciana menonita y su nieto bendiciendo la mesa. La admiradora creía que aquella era una “escena Rockwell" . El resultado de aquella anécdota (diferida) es este célebre cuadro, portada del The Saturday Evening Post el 24 de noviembre (para el Día de Acción de Gracias). Dicen las crónicas que fue la más célebre de las portadas del semanario.

Esta postal nos traslada a ese mundo- ni-que-pintado que tanto gusta a Rockwell. Sin embargo la ingenuidad de la ilustración se ve circuncidada por un elemento de extrañeza: la bendición de la mesa está fuera de sitio; es un acto arcaico. Lo interesante es que Rockwell suspende con su mirada la violencia del acto (el conflicto entre lo viejo y lo moderno, la religiosidad y el escepticismo). Las heridas se desvanecen por el triunfo, bien que momentáneo, de aquello que no suele (o puede) ganar. La mirada rockwell genera un fogonazo de armonía que asumimos sentimentalmente ---- suspendemos el juicio que nos llevaría a reconocer la falsedad de la escena. Los amantes de la postales podemos dejarnos llevar. Prueba experimental: contémplese la imagen antes de acudir a la cena de Navidad con la familia.


La escena, por lo demás, tiene otras claves. Dicen los hipertextos que la cadena Horn & Hardart fue pionera en la introducción de máquinas automáticas para la expedición de café y otros alimentos ya a principios del siglo XX. Desde luego Rockwell no nos da pistas para comprender este extremo. Pero la cópula de la máquina expendedora y la mujer menonita – en caso de haberse producido – sería aún más brutal y subrayaría el efecto. De algún modo el triunfo de la mujer, como la cámara lenta de los protagonistas de Matrix eludiendo las balas, muestran el poder de las postales para reventar el espacio-tiempo. Y reventar el espacio tiempo depresivo supone sobrevivir un minuto más.

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Edward Hopper en 1927 pinta Autómata, imagen en la que una mujer solitaria bebe café en un establecimiento Horn & Hardart. Bien pudiera ser la misma mujer de la bendición en sus años jóvenes. Aquí, desde luego, no hay huella de las tradiciones resquebrajadas por el mundo moderno. Hopper muestra la soledad de la mujer urbana asociándola a una cierta sospecha de automatismo y una certeza de alienación.

Sin embargo, la pintura de Hopper también es una postal. La frialdad de su escena también eleva la concentración sentimental en sangre (o espíritu) y nos lleva a suspender el juicio. ¿Dónde se produce en la imagen esa armonización de las cosas y ese triunfo sobre la precariedad que define a las postales? Creo que dentro de la protagonista. Porque en la mujer que bebe café insuflamos nuestra propia intimidad como Dios sopló sobre el barro para crear a los humanos. Si de la menonita recibimos ternura (falsa), a la mujer de Hopper se la entregamos (en simulacro). Dar y recibir. Hasta Anibal Lecter asumía este principio.

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Miro a mi alrededor. El comedor comienza a vaciarse. Salgo a la calle y el esplendor de las cosas me incita a seguir buscando brillos y postales. Soy un archivo portátil de imágenes de armonías imposibles. Esto es enfermizo y no mejora las condiciones de vida de los menos favorecidos. Pero me salva.

¿Salvaría a todos el ejercicio?

PIE DE PÁGINA:

(La inteligencia clínica dice: Hitler también pintaba postales. Lo sublime sentimental es sólo fármaco y droga. Nunca traspases con esas alforjas al otro lado del espejo. Nunca pases del romanticismo a la política)

(La inteligencia clínica dice: debemos salvajemente desmontar el entramado de la ficción. O dejémonos arrastrar por la sentimentalidad de la conciliación sabiendo que por la puerta del restaurante está entrando un joven armado con un fusil de asalto. No hagan postales con la cabeza de la buena menonita tras el disparo. Evitemos crueldades innecesarias.)

Despierto.

Imágenes: Norman Rockwell: La bendición de la mesa(1951). Máquina expendedora de alimentos y bebidas de Horn & Hardart. Edward Hooper: Autómata (1927)

3 comentarios:

PÁJARO DE CHINA dijo...

"Reventar el espacio tiempo depresivo supone vivir un minuto más". La tortuga emocionó al pájaro. A ver con cuál de sus dos lenguas me seca las lágrimas.

Podría decir, y digo, que "la circuncisión de la ingenuidad por un elemento de extrañeza" es un prodigio expresivo digno de la mejor sociología del arte. Porque la mujer menonita está fuera-de-lugar. Y es cierto que la "mirada Rockwell" suspende el juicio acerca del "choque de culturas" y la inadecuación del acto menonita. No osaríamos burlarnos de esa mujer que nos entrega ternura y a quien las balas no rozan. Seguiríamos necesitando esa ternura aun, y con más razones, si un joven armado decapitara a la menonita y exhibiera triunfante su cabeza.

Imaginarse a la mujer menonita bendiciendo la máquina expendedora de café me da más ternura todavía. Tu imagen. Tu postal-Rockwell que Rockwell no supo o no quiso ilustrar. Rockwell llevado al límite a ver qué pasa. A ver si la armonía resiste. A ver con qué te quedás. A ver si te causa gracia o quisieras llevarte a la menonita a casa y vivir, aunque sea un rato, en un mundo sin máquinas expendedoras de café o máquinas bendecidas por menonitas.

Después, acariciás a la mujer Hopper. Te sentarías a su lado en el bar y también te la llevarías a casa, aunque sea por una noche. Le darías eso que llaman amor y de dos soledades saldría algo, inasible y tibio como el humo del café.

Hagamos el ejercicio. Despiertos. Si nos concede aunque sea un minuto más, vale la pena. Desconfiemos de la inteligencia clínica y confiemos en Rockwell, aunque nos mienta. Al menos sabemos que nos está mintiendo y nos da el placebo que necesitamos.

¿Y si a fuerza de ficción va cambiando la vida? ¿ ¿Y si se trata de aprender a mirar, de otra manera?

Este ... no es un texto, es ... esta vivisección lúcida que brilla me recordó salvajemente los textos de John Berger.

Me guardo lo que sigue para mañana. Podría leerlo ahora pero quiero descansar, quiero quedarme en esto. Para tener varios minutos más de fármaco bicefalino.

Luis González dijo...

Jo, Mariel, me abruman tus comentarios. Sintonizamos hasta en las líneas de divergencia.

Respecto a la desconfianza hacia la mirada (o la inteligencia) clínica, la Bicéfala - qué te voy a contar - no puede evitar crear juguetes y luego desmontarlos. Supongo que de la época punk me quedó ese gesto (auto)destructivo. Amo la escritura casi tanto como desconfío de ella (y no sólo sospecho de lo sublime, también de lo bello y hasta de lo bonito). Cuando la ficción comienza a caminar con pasos de hierro, es decir, cuando se acerca a la gestión micro o macro política de la precariedad de nuestras vidas , el espanto me embarga. Temo la caída en la religión más idiotizante o en el jacobinismo cruel. Por eso me lanzo a la destrucción de vapores tóxicos y retorno a un pragmatismo casi hobbesiano. Quizás lo que suceda es que soy presa del miedo infantil a ser sorprendido por mamá desnudando a la vecinita o fumando (por eso abro las ventanas, para que escape el humo). Hace tiempo que decidí no tener miedo de mi propio patetismo. Quizás algún día progrese y me libere del largo brazo de papámamá.

Se que esta bicefalia puede llegar a ser pesada para el lector - que, en efecto, daría una oportunidad a la mirada Rockwell para que su postales vayan un paso más allá, entrando en las conversaciones, en las reuniones de empresa, en el FMI... pero el espanto me ataca.

Desconfío del romanticismo - en el sentido "alemán" o filosófico del término - tanto que no puedo vivir sin él. Sé que lo tengo claro. Pero espero encontrar una armonía entre tanta crispación bicéfala. Mientras tanto me alegra que, en las esquinas de mis textos, encuentre alguien bicefalina, ternura o cualquier otro tipo de drogas que nos arranque una sonrisa.

(Hoy pensaba: Creo que yo podría ser un buen escritor humorista).

PÁJARO DE CHINA dijo...

Sí, podrías hacerlo, pero es tan ... notable tu versatilidad, tus abruptos y benditos cambios de registro, que en realidad sos escritor y punto. De muñeca suelta. Y de dos cabezas, que me imagino a veces cuánto deben dolerte. No escribiríamos si no sufriéramos, ¿no?

Los niños desventran los juguetes. Baudelaire escribió algo hermoso sobre esa actividad. Quieren ver qué hay adentro.

Querés ver que hay adentro del juguete y querés jugar.

Es esa crispación, esa tensión constante, ese contrapunto lo que tironea de uno, lo que tironea de mí, cuando te leo.

Es maravilloso que mientras vos escribías esto, yo estuviera escribiendo algo sobre una canción llamada Mary Jane. Mary Jane te ilumina y te espanta. No sé cómo se hace para regular los cambios y pisar, a tiempo, el freno.

La precariedad es un hecho. Está desplegada y declinada en casi todas su variantes en la última entrada en Marienbad.

Da escalofríos. Por eso atesoramos postales de Rockwell.

La bicefalina está en el centro exacto de tu escritura, no en las esquinas.

De hecho yo estaba por ir a dormir (son las seis menos cuarto de la madrugada en el hemisferio sur), pero quiero leer la postal N° 3.