Llegado el momento podemos intentar descubrir los 57 errores que Norman dejó caer en su escena. Es divertido violentar las leyes de lo real en los cuadros realistas. Es bueno reír con media sonrisa y también coleccionar canciones. Algunas canciones se asocian a momentos felices y sintonizamos con ellas algo de la vieja gloria mientras damos botes sobre la cama o en el salón-comedor. Aquí el pasado nos eleva por medio de una nostalgia que no quiere decir su nombre y se disfraza de segunda (o tercera) juventud. En el coleccionismo de postales, por el contrario, segregamos nodos de materia artística o literaria para tratar de encontrar en las cosas, en el presente o en el futuro, aquello que la ficción relata.
Miramos el cuadro de Rockwell. Primero, decimos, no nos vamos a engañar. No es la niña Alicia ni el viejo el reverendo Dogson. Tampoco son Lo-li- ta y Humbert Humbert. No, ni por asomo. Confunde el ambiente pero hay que ser cautos. Estamos en una escena de negocios. La niña y el tendero exploran las posibilidades de llegar a un acuerdo. Finalmente habrá venta, se supone, para que el final sea feliz. O tal vez no y la niña visitará otros establecimientos. Su mamá le ha enseñado que antes de comprar hay que comparar. Quizás al viejo se le ocurra una buena oferta si se adquiere la muñeca antes del fin de semana. O, quién sabe, puede haber otro cliente en la sombra también interesado en el objeto y la muchachita debe darse prisa en tomar una decisión si quiere no perderse la maravilla. Imaginamos los diálogos cortos y cargados de información relevante. Pero la escena es vulgar. Las niñas repipis que se saben mover desde pequeñas como señoras responsables son las que nos hacen esperar más de lo debido en la cola, a la espera. Nos aturde su sentido del negocio y esa madurez porque nosotros no sabemos regatear ni detectamos la verdad de lo que el comerciante nos cuenta. Entre los dos, si se diera una alianza estratégica, nos venderían el retrato de Lincoln con uniforme sudista.
No nos interesan estas personas haciendo negocios. Sabemos que son el pilar del universo pero no tenemos por qué ir un paso más allá en el homenaje.
¿ Qué convierte a esta imagen en postal? No la ternura de las personas – como sucedía en otros cuadros de Rockwell – sino las cosas y la extraña locura en la que han entrado. Las cosas mismas que, en el cuadro, rompen sus definiciones, pierden esencia y función (el lapicero del viejo es también pluma y el bolso de la niña libro y el perro mapache). Esta postal mola. Los objetos pierden su formalidad y se tornan cachivaches de la imaginación y la inteligencia poéticas o gamberras. Me dejo llevar por una aceleración del proceso evolutivo dirigido por algún tipo de bufón cósmico. Las copas y las botellas que veo en el bar se tornan lámparas de colores mientras disfruto de un café. Salgo al campo y hago abstracción de todos los humanos y de los canales de noticias. El paisaje muta enredado en la actuación estelar del viento o de la nieve. Y el bosque se convierte en esa tienda del loco mes de abril.
Me siento en el sillón y veo los libros que no son libros sino cuadros de colores o soporte de los bibelot que pululan por los estantes. Un libro de un tal Castelli sirve de mesita a mi taza de té. El té es mar rojo en el que se postra desarmada una tarde de verano en animada charla con Carroll (viendo a las niñas correr mientras hablamos de lógica). Veo la imagen de Norman Rockwell en la contraportada del libro. Está haciendo una payasada. Me hace reír mientras el ventilador me golpea la espalda con ese aire fresco que necesito.
Las cosas fluyen y se tornan objetos mutantes, errores simpáticos que corren a encerrarse en el centro de nuestra mente. Allí se sumergen y se convierten en la prueba viviente de que las postales se hacen realidades más o menos duraderas. Y que, digan lo que digan, es bueno vivir y viajar buscando postales redividas. Aunque nos llamen horteras o (¡cielos!) turistas.
Miramos el cuadro de Rockwell. Primero, decimos, no nos vamos a engañar. No es la niña Alicia ni el viejo el reverendo Dogson. Tampoco son Lo-li- ta y Humbert Humbert. No, ni por asomo. Confunde el ambiente pero hay que ser cautos. Estamos en una escena de negocios. La niña y el tendero exploran las posibilidades de llegar a un acuerdo. Finalmente habrá venta, se supone, para que el final sea feliz. O tal vez no y la niña visitará otros establecimientos. Su mamá le ha enseñado que antes de comprar hay que comparar. Quizás al viejo se le ocurra una buena oferta si se adquiere la muñeca antes del fin de semana. O, quién sabe, puede haber otro cliente en la sombra también interesado en el objeto y la muchachita debe darse prisa en tomar una decisión si quiere no perderse la maravilla. Imaginamos los diálogos cortos y cargados de información relevante. Pero la escena es vulgar. Las niñas repipis que se saben mover desde pequeñas como señoras responsables son las que nos hacen esperar más de lo debido en la cola, a la espera. Nos aturde su sentido del negocio y esa madurez porque nosotros no sabemos regatear ni detectamos la verdad de lo que el comerciante nos cuenta. Entre los dos, si se diera una alianza estratégica, nos venderían el retrato de Lincoln con uniforme sudista.
No nos interesan estas personas haciendo negocios. Sabemos que son el pilar del universo pero no tenemos por qué ir un paso más allá en el homenaje.
¿ Qué convierte a esta imagen en postal? No la ternura de las personas – como sucedía en otros cuadros de Rockwell – sino las cosas y la extraña locura en la que han entrado. Las cosas mismas que, en el cuadro, rompen sus definiciones, pierden esencia y función (el lapicero del viejo es también pluma y el bolso de la niña libro y el perro mapache). Esta postal mola. Los objetos pierden su formalidad y se tornan cachivaches de la imaginación y la inteligencia poéticas o gamberras. Me dejo llevar por una aceleración del proceso evolutivo dirigido por algún tipo de bufón cósmico. Las copas y las botellas que veo en el bar se tornan lámparas de colores mientras disfruto de un café. Salgo al campo y hago abstracción de todos los humanos y de los canales de noticias. El paisaje muta enredado en la actuación estelar del viento o de la nieve. Y el bosque se convierte en esa tienda del loco mes de abril.
Me siento en el sillón y veo los libros que no son libros sino cuadros de colores o soporte de los bibelot que pululan por los estantes. Un libro de un tal Castelli sirve de mesita a mi taza de té. El té es mar rojo en el que se postra desarmada una tarde de verano en animada charla con Carroll (viendo a las niñas correr mientras hablamos de lógica). Veo la imagen de Norman Rockwell en la contraportada del libro. Está haciendo una payasada. Me hace reír mientras el ventilador me golpea la espalda con ese aire fresco que necesito.
Las cosas fluyen y se tornan objetos mutantes, errores simpáticos que corren a encerrarse en el centro de nuestra mente. Allí se sumergen y se convierten en la prueba viviente de que las postales se hacen realidades más o menos duraderas. Y que, digan lo que digan, es bueno vivir y viajar buscando postales redividas. Aunque nos llamen horteras o (¡cielos!) turistas.
Imagen : Norman Rockwell: April Fool, (¿Día de los inocentes? Portada de Saturday Evening Post, 3 abril 1948)
7 comentarios:
El viejo le ofrece a la niña una muñeca que es el propio viejo hecho bonsai y la niña tiene en sus manos al viejo, o a su difunta esposa, convertida en muñeca con patas de cabra y tiene, además, un zapato diferente en cada pie. Una especie de sátiro mira lascivamente a la niña desde un portarretrato, hay pedazos de aves fuera de campo, no sabemos si vuelan o están embalsamadas. Otra niña, supuestamente viva y con un gato, se acomoda como un objeto a la venta en un estante.
¿Es el día de los inocentes o son los demonios interiores de Rockwell asomándose en la postal, sin llegar a herir? El Bosco que late (más que los surrealistas) bajo la aparente armonía de Rockwell ...
Tu coleccionismo no es el del turista, Bicéfala. Es el del viajero.
Tengo que encontrar un ensayo de Benjamin sobre el coleccionismo y te lo envío, si no lo leíste todavía.
Rockwell ha pasado de la ternura al temblor. Aprovechó el día de los inocentes para que sus fantasmas pasaran por la grieta.
Y, con los fantasmas, "la extraña locura de las cosas", en época de carnaval, de subversión de la lógica y el orden.
¿Habrás descubierto el espanto también en Rockwell?
El espanto lo llena todo todito todo (¿Cómo interpretar aquel "Miénteme, Johnny, dime que me quieres"? Descubrir la ficción en tanto que artefacto y en lo más profundo de los propios sentimientos, genera espanto y uno se vuelve hobbesiano y mecanicista). Pero cabe jugar con la ficción en tanto que pliegue, cometa, altarcillo. Siempre guiñando un ojo para que se note la inteligencia (sic, bluff) y las armas antirrománticas que nos salvan de la hybris. Aunque, como sucede cuando nos montamos en una atracción para niños, a veces el vértigo vence o la ternura desarma. Nos dejamos embrujar por el encanto o encantar por el embrujo.
La niña de Rockwell es una arpía reflejada especularmente en el rostro del tendero. Las cosas locas que rodean son,sin embargo, remanso de paz.
No me parece la menos espantosa de las postales de Rockwell. Molan las cosas.
(Nota: Respecto al ensayo de Benjamin, ¿te refieres a "Historia y Coleccionismo: Eduard Fuch"? Tengo el texto aquí al lado. NO recuerdo qué decía. Lo releeré, dado que viene al caso)
¿Y si la ternura rigiera? Como en aquel poema de Macedonio, "que Muerte rige a Vida, Amor a Muerte" ... ¿Si pudiéramos armar un tercera cabeza con lo mejor de cada casa, es decir, lo mejor de la bicefalía originaria?
Una tercera cabeza que emita señales de alerta ante la autodestrucción.
Sí, es ese ensayo y hay otro, "Desempacando mi biblioteca", donde está Benjamin-coleccionista-de-libros. El tema (especialmente, la relación de Benjamin con las cosas en su carácter de "trapero de la humanidad") lo trata espléndidamente Didi-Huberman en el capítulo que le dedica a Benjamin en "Ante el tiempo".
Besos ... ¿tricéfalos?
Bicéfala no admite conciliación ...salvo en la ficción y la ternura que debe ser desmontada a efectos de inventario e inteligencia. Las terceras cabezas nunca han funcionado (Trinidad, Dialéctica ...) salvo en espírtus beatos (como los románticos).
Buscare los referentes de Benjamin. Gracias.
Adoro a la Bicéfala. Como diríamos en Buenos Aires, con amorrrr, a veces se pone tan turra. Por eso la quiero tanto. No quiere conciliar, la muy perra. Quiere ver que hay dentro de la ternura, quiere desventrar la ficción. Qué puedo desearle yo en este día, más que un polvo memorable (de estrellas o del otro, que yo vengo del materialismo dialéctico) y un beso de lengua que la deje tiesa y con tortícolis duplicada. Aunque dure una noche. No importa. Me gusta cuando discrepas, bicefalinamente. Este pájaro viene de la conciliación también (en alguna época fue abogado, eso sí que es un espanto, aunque se las arregló muy bien para descollar como oveja negra de los tribunales). Que los animales nos han regido desde siempre, sí señor.
¡ Qué duro es el pájaro chino en sus consejos! ¡ Qué confianza en el polvo de estrellas ( o con las estrellas, si tal efecto generan)!¡Pájaro de metal que golpea a la pobre tortuguita ahora que ella perdió el caparazón en alguna circunvolución cerebral!
Trataré de re-poner- me ( a lo Fichte) el fin de semana. Seré conciliador y buscaré instalaciones y postales. Lo juro por los hermanos Schlegel sobre la tumba se Sophie. El pájaro de hierro me ha dejado en el bordecito del espanto y ya sólo me queda la tentación del abismo romántica.
Psdt: La próxima semana dejaré el tema de las postales rockwellianas y la serie se titulará "cromos". La secuencia sigue: de las mujeres duras con tatuajes ( oh, Milady de Winter)a las instalaciones, de las instalaciones a las postales y de las postales a los cromos. Tal vez el siguiente escalón, agosto mediante, sea "los cupones" (ya sabes esos sellitos que uno va recogiendo en sus productos favoritos para, recortados y pegados, al final conseguir un juego de sartenes o la colección completa de tazas de té o una sillita de ruedas para un afectado por las minas antipersonas).
Como siempre, sintonía fina y don de profecía, hermana Mariel.
CITA:
"¿El atestado de la gente de toga vale tanto como la palabra de honor de un hombre de espada?" (Trèville, jefe de los mosqueteros, a Richelieu)
El atestado de la gente de toga no vale, en líneas generales, un culín. La palabra de honor de un hombre de espada ... mmm ... lo mismo digo.
Ahora, los cromos y los cupones ... ¡me relamo! "Postales, cromos y cupones" (ya tenés el título de un capítulo y la primera parte, escrita).
Chapeau doble!
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