miércoles, 27 de enero de 2010

LOVE LAB(2). CUERPO, ARTE (3)

Napola (Dennis Gansel, 2004). Alemania, invierno de 1942. Una escuela para los futuros jefes del nazismo triunfante en un hermoso castillo rodeado de bosques y envuelto en vistosas banderas. Friedrich disfruta de todo aquello que un joven deportista pobre puede desear. Friedrich boxea y en el castillo aprende que sólo se gana si se vence por nocaut ( knockout, K.O.). Acepta las nuevas reglas.

Adolescentes preparándose para formar parte de la élite que debe vencer por KO a las emociones que incitan a la piedad, la simpatía por el débil, la necesidad de cumplir las reglas de juego o de saltarse la normas sólo si es por una sonrisa y un sonrojo. Todo eso debe ser derrotado. Ellos, los jefes, violan las reglas del juego y se aprovechan de la candidez del deporte - que es sublime banalidad que no exige la derrota - y utilizan todos los medios para hacer crecer la garra del poder que no se deja medir (y mesurar) en un cuerpo. Poder sin cuerpo y cuerpos desposeídos en la humillación. El secreto del cuerpo es - para ellos - la obediencia del humillado. Mi cuerpo no se mea encima, ni se ahoga en la carrera, ni tiembla cuando se masacra a un grupo de presos niños. Mi cuerpo duro como rueda de piedra. Deber sin conciencia y pura estrategia de poder desnudo. Engranajes dorados que se deleitan en su propia fuerza. Consistentes piezas de bronce al servicio de la estructura. Escuela darwiniana de jefes .

Escuela de jefes que aprenden el noble arte de la humillación. La humillación os hará jefes. La acción y el trabajo, libres. Aunque nada realiza más al jefe que la obediencia (Fürherprinzip, principio de autoridad). El jefe supremo se humilla ante el Destino y la impresión no le lleva a mearse en la cama. Uno aprende a no mojar las sábanas sólo por un sistemático ejercicio de humillación (del otro y de sí). Los torpes se disuelven en la noche y en el frente como carne de cañón. Los fuertes en la retaguardia sembrando nuevas formas de humillación. Golpear. Crash. Hasta el nocaut, hasta que el golpe conmociona y el otro queda incapacitado para la comunicación (no puede ni rendirse ---- no queremos enemigos que se rindan a los que ofrecer la mano de la victoria. El otro debe quedar agotado, noqueado, muerto. Inerte).

Soy un boxeador. Mi cuerpo es fuerte y flexible. Albrecht, por el contrario, es débil de cuerpo y ágil con la pluma. Un pensador; un poeta. Yo soy (también) Albrecht y mi padre se avergüenza de mí. Yo me avergüenzo de mi padre porque es un jerarca borracho incapacitado para la belleza y la piedad, enemigo declarado de la inteligencia. Pero quiero que mi padre me quiera (y me humillo ante un tipo que sé que es un jerarca borracho). Yo soy Friedrich, el chico boxeador, y peleo contra mí cuando soy Albrecht. El papá nazi se emborracha y me manda matar niños-rusos. Enemigos. K.O. El papá nazi se emborracha un poco más y no quiere que su hijo recite un poema; desea que Friedrich parta la jeta a Albrecht. Que el amigo golpee hasta el final al amigo. Yo me masacro a mi mismo. Débil. Débil el hijo avergüenza al padre.



Y la semilla fructifica y, en el engranaje de la escuela, la mayoría aprende el arte de la humillación o logra simular que lo disfruta. Simular que se goza en la crueldad. Cómo hemos aprendido la lección. Yo lo aprendí en el barrio y en las diferidas historias de papá. Mañana puedo ser un buen ciudadano de república democrática, propenso al derecho y el cuidado especializado de los débiles precisamente porque hoy he logrado simular que soy más cruel que el otro. Mañana escucharé ciudadanos poemas; ahora me sumerjo en el lago helado y cruzo por debajo del hielo como un hombre. Hoy simulo mi placer en la vejación, en la derrota por KO del enemigo.

Napola. El peso de las estructuras, el engranaje brutal en el que sólo cabe el dejarse llevar y hacer lo que ellos desean. Obediencia debida. Banalidad del mal. No saber qué pasa. Ser jefe por desidia, encriptar los deseos de otra cosa menos estresante que el deseo de forzar siempre a la humillación, hasta la última gota Sólo los grandes jefes pueden ser generosos(Hitler pintaba acuarelas, acariciaba a a Blondi y a Eva Braun). El funcionario, el grado medio en la estructura del poder, no tiene esa posibilidad. Hay que mantenerse firme en la autoridad. No se puede hacer otra cosa. Pasividad, mirar hacia otro lado y simular que se es capaz de humillar como el que más. Ocultar el pis en el pijama mejor que otros. Hacer que los otros se meen de miedo. Simulando.


Friedrich y Albrecht sí reaccionan. Reaccionan en el no hacer, en la pasividad que humilla al poderoso. Albrecht se deja llevar por las frías aguas del lago. No cabe la conversión de su acto en heroísmo. Es suicidio o accidente derivado de su debilidad. Todo es malo para el sistema. Friedrich se deja golpear, baja los brazos y se niega a jugar con las reglas que exigen el KO y con cada puñetazo que recibe su cuerpo se engrandece. No quiere vencer por nocaut, la derrota ignominiosa del rival está fuera del deporte; es política de humillación. Cada golpe es una explosión en los engranajes del sistema y resquebraja el alma de los jerarcas. Pasividad. Dejarse hacer lo contrario de lo que se espera. Mearse los pantalones, ahogarse al hacer flexiones, fumar, acariciar camareras judías, recibir una paliza porque no se tiene ganas de pelear... cruzar el campo nevado con pantalones cortos y la cara amoratada. Mirar desafiante al cielo. Dejarse hacer sin dejarse llevar por el sistema, la estructura... ser cuerpo único y doliente. No temer a la muerte.

1 comentario:

Salmo de los negros pájaros de hierro dijo...

Poner órden, música, a la extrema aflicción infringida a los hombres. Ese fue el gran empeño de los nazis, danzad, judíos, tocad, que suene más dulce la muerte...
Pero, lo más extraño, y lo que en el fondo es lo que más nos conmueve, no es que gozaran con el ejercicio de la crueldad, sino que -como ya reflexionaba HArendt, fueran invulnerables a la misma. A veces, sobre cuando compuse los poemas de este regalo que te envío, intenté meterme en la piel de los ejecutores, comprender su júbilo por el ejercicio de la devastación, no sólo el de los nazis, sino el de todo aquel que proclama la licitud de matar en aras de una idea absoluta...
No quiero que se me olvide darte las gracias por tus palabras en el aniversaio de la liberación de Auscwitz. Es tanto mi respeto hacia tí que, francamente, no sé cómo decirlo...
Carlos.