Era sábado y final tibio de agosto. ¿Las cinco de la tarde? En efecto, has acertado. El caso es que yo – bajón en el alma y ganas de quitármelo - acababa de adquirir una entrada para ver en el cine la película Mapa de los sonidos de Tokio. Me gustan los mapas, los sonidos y las imágenes de Tokio. ¡Isabel Coixet me parece simpatiquísima! ¡Generacionalmente camaradas!. Creo que nacimos en el mismo año y podríamos coincidir en muchísimas causas estético-ético-políticas. A los dos nos mola la tristeza y la ternura que emana de ella. Para más añadir - y siempre sobran los anexos y las posdatas y las notas a pie de página, todas ellas pedantes y ofensivas ( salvo que uno sea deconstruccionista profesional) - digamos que su hija se llama Zoe y que ese era el nombre con el que fantaseábamos para una hija no nacida antes de plantearnos en serio la reproducción y comprender, si tal cosa es posible, lo que significa ser padre(TM), el sentido real de la fiebre y de los ahogos infantiles, el ritmo cruel de los crecimientos y otros sonidos que difícilmente pueden registrarse en archivo de voz o texto. Si alguien me viera por dentro (dios o alguien así) podría testificar que yo estaba con el alma en los pies, sí, pero que esa localización anatómica de mis deseos y anhelos la traía ya de la Casa del Padre y de mis propias inutilidades emocionales, esas taras que no por heredadas dejan de ser responsabilidad de uno y a nadie más conciernen. Quede Isabel exonerada a las cinco en punto de la tarde.
La película comenzaba a las 17:30. Como estar a la puerta de un cine semivacío o comprar palomitas tengo por cierto que no ayudan a mi salud emocional ni reducen la tristeza del mundo, me fui a dar una vuelta. Me gusta andar. También me gusta el cine, los mapas, Tokio y, últimamente, fumar cigarrillos. Vale: fumar cigarrillos me gusta sólo un poco y, además, con mala conciencia. Podría hacer un listado de las cosas que me gustan con mala conciencia y estaríamos un buen rato pero creo que nos saldríamos del tema y de la historia. Sólo serviría para sonrojarnos. Debo decir, para que el lector tenga más referencias, que también hay cosas que no me gustan. Por ejemplo, no me gusta fumar en la calle si estoy solo. Por eso, después de caminar unos diez o quince minutos entré en una cafetería en la que nunca había estado y pedí un café con hielo.
La camarera no me sonrió. Me preguntó seria y servicial si quería limón y yo, en una típica espiral de paranoia por sordera, imaginé que ella no me había oído (soy consciente de que a veces sólo me escuchan mis labios). Repetí la instrucción más alto y vocalizando. En menos de un minuto, tenía mi café y mi vaso con hielo. Eficacia. A mi derecha, de pie como yo, había un hombre más o menos de mi edad pero con el pelo peinado al modo tupé en crecimiento – a lo Elvis pero arrastrado hacia el cogote – y con unas horribles gafas de sol que le tapaban la cara. Tenía mechas de color en el pelo. Me miraba y leía el Interviú. Por un momento creí que era una macarra chulo- putas o que quería ligar conmigo. O ambas cosas. Reconozco que soy puro prejuicio.
Ensimismado en mis propias miserias no fui consciente de la entrada de nuevos clientes. No había pegado ni tres caladas a mi pitillo cuando, a mi izquierda, oí una voz que me pedía fuego. Al levantar la vista vi a un chino con un cigarrillo en la mano. El chino tenía también un cierto aire canallesco y, como uno tiende a suponer que los japoneses aniquilaron esa estirpe con el crecimiento económico que siguió a la guerra, por eso digo que era chino. Es decir, que no soy experto en fisonomía y me dejo llevar por las primeras ideas que me vienen a la mente. Después – o a la vez – de que le dejaba mi mechero, el joven solicitó a la camarera una “copa magno”. Ella le sirvió el coñac y él sorbió veloz casi la mitad de la copa, comenzando en una acelerada carrera a echar monedas en la tragaperras. Los sonidos de las tragaperras llenaron el bar y se enlazaron amorosamente con el lienzo "Mechas del macarra con tupé a la hora de las primeras copas".
Lo maravilloso tuvo lugar en ese momento. El chico chino del coñac había dejado su casco- motorista sobre la barra. Misteriosamente comenzó a brillar con la luz de la tarde y, al girar mi cabeza hacia las copas y las botellas de los estantes, comprobé que también habían iniciado el parto de los reflejos, signo inequívoco de que yo estaba entrando en el estadio estético y que el bajón se iba a tomar viento. En un plis-plas. La camarera me sonrío muy ampliamente – como si compartiéramos un secreto o yo hubiese sido muy amable con ella en otra vida. La copa de Magno, el chino que me pide fuego y el sonido de la tragaperras me parecieron un escena antropológica encantadora, subrayada por la bonita cara de mi camarera. En realidad no entiendo la racionalidad del proceso de liberación pero debo analizarlo para intentar repetirlo conscientemente. (Tarea: créese el algoritmo que nos hace salir de la tristeza).
Vi la película. El bajón reapareció a los quince minutos (durante la proyección) y no porque la película fuera triste. En general la tristeza me pone (bien). No; sencillamente las imágenes y la bella actriz no me elevaron el ánimo. ¿Es esto signo cifrado de la decadencia nipona y de la conversión de China en el gigante geopolítico mundial? No lo creo. En todo caso dice poco de mí que tenga más capacidad para emocionarme un repartidor de rollitos chino y macarra que una bella limpiadora de pescado asesina a sueldo.
Por la noche, en una verbena de pueblo y con el viento norte golpeándome la cara, interpreté comunitariamente la conocida canción mejicana Sigo siendo el rey. Cualquiera que me conozca sabe que las verbenas populares no son mi hábitat y que jamás bailo ni canto públicamente. No creo, salvo en sueños, en la comunidad. Sin embargo grité las célebres estrofas y a punto estuve de implicarme en el corro que se formó. Una solución desesperada, como un chute de adrenalina en el corazón del infartado. Creo que este método no precisa de mi algoritmo. Es el salto adelante. Solución desesperada y muy eficaz. Como la de los protagonistas de la película fornicando en un vagón de metro parisino en pleno centro de Tokio. A veces para ubicar sonidos y dibujar mapas son necesarias medidas extremas.
Al final de la jornada, tumbado en la cama, me sentí bien por haber salido del agujero. Querida Isabel: me ayudó más en la terapia un chino macarrilla que se toma una copa de Magnum que los sonidos de Tokio. No me ayudaste pero, no sé por qué, te sigo queriendo. Y prometo volver a ver la película así que pase un tiempo. Cuando ya esté tranquilo y aún no muerto.
Video: Derribos Arias: Tupés en crecimiento
La película comenzaba a las 17:30. Como estar a la puerta de un cine semivacío o comprar palomitas tengo por cierto que no ayudan a mi salud emocional ni reducen la tristeza del mundo, me fui a dar una vuelta. Me gusta andar. También me gusta el cine, los mapas, Tokio y, últimamente, fumar cigarrillos. Vale: fumar cigarrillos me gusta sólo un poco y, además, con mala conciencia. Podría hacer un listado de las cosas que me gustan con mala conciencia y estaríamos un buen rato pero creo que nos saldríamos del tema y de la historia. Sólo serviría para sonrojarnos. Debo decir, para que el lector tenga más referencias, que también hay cosas que no me gustan. Por ejemplo, no me gusta fumar en la calle si estoy solo. Por eso, después de caminar unos diez o quince minutos entré en una cafetería en la que nunca había estado y pedí un café con hielo.
La camarera no me sonrió. Me preguntó seria y servicial si quería limón y yo, en una típica espiral de paranoia por sordera, imaginé que ella no me había oído (soy consciente de que a veces sólo me escuchan mis labios). Repetí la instrucción más alto y vocalizando. En menos de un minuto, tenía mi café y mi vaso con hielo. Eficacia. A mi derecha, de pie como yo, había un hombre más o menos de mi edad pero con el pelo peinado al modo tupé en crecimiento – a lo Elvis pero arrastrado hacia el cogote – y con unas horribles gafas de sol que le tapaban la cara. Tenía mechas de color en el pelo. Me miraba y leía el Interviú. Por un momento creí que era una macarra chulo- putas o que quería ligar conmigo. O ambas cosas. Reconozco que soy puro prejuicio.
Ensimismado en mis propias miserias no fui consciente de la entrada de nuevos clientes. No había pegado ni tres caladas a mi pitillo cuando, a mi izquierda, oí una voz que me pedía fuego. Al levantar la vista vi a un chino con un cigarrillo en la mano. El chino tenía también un cierto aire canallesco y, como uno tiende a suponer que los japoneses aniquilaron esa estirpe con el crecimiento económico que siguió a la guerra, por eso digo que era chino. Es decir, que no soy experto en fisonomía y me dejo llevar por las primeras ideas que me vienen a la mente. Después – o a la vez – de que le dejaba mi mechero, el joven solicitó a la camarera una “copa magno”. Ella le sirvió el coñac y él sorbió veloz casi la mitad de la copa, comenzando en una acelerada carrera a echar monedas en la tragaperras. Los sonidos de las tragaperras llenaron el bar y se enlazaron amorosamente con el lienzo "Mechas del macarra con tupé a la hora de las primeras copas".
Lo maravilloso tuvo lugar en ese momento. El chico chino del coñac había dejado su casco- motorista sobre la barra. Misteriosamente comenzó a brillar con la luz de la tarde y, al girar mi cabeza hacia las copas y las botellas de los estantes, comprobé que también habían iniciado el parto de los reflejos, signo inequívoco de que yo estaba entrando en el estadio estético y que el bajón se iba a tomar viento. En un plis-plas. La camarera me sonrío muy ampliamente – como si compartiéramos un secreto o yo hubiese sido muy amable con ella en otra vida. La copa de Magno, el chino que me pide fuego y el sonido de la tragaperras me parecieron un escena antropológica encantadora, subrayada por la bonita cara de mi camarera. En realidad no entiendo la racionalidad del proceso de liberación pero debo analizarlo para intentar repetirlo conscientemente. (Tarea: créese el algoritmo que nos hace salir de la tristeza).
Vi la película. El bajón reapareció a los quince minutos (durante la proyección) y no porque la película fuera triste. En general la tristeza me pone (bien). No; sencillamente las imágenes y la bella actriz no me elevaron el ánimo. ¿Es esto signo cifrado de la decadencia nipona y de la conversión de China en el gigante geopolítico mundial? No lo creo. En todo caso dice poco de mí que tenga más capacidad para emocionarme un repartidor de rollitos chino y macarra que una bella limpiadora de pescado asesina a sueldo.
Por la noche, en una verbena de pueblo y con el viento norte golpeándome la cara, interpreté comunitariamente la conocida canción mejicana Sigo siendo el rey. Cualquiera que me conozca sabe que las verbenas populares no son mi hábitat y que jamás bailo ni canto públicamente. No creo, salvo en sueños, en la comunidad. Sin embargo grité las célebres estrofas y a punto estuve de implicarme en el corro que se formó. Una solución desesperada, como un chute de adrenalina en el corazón del infartado. Creo que este método no precisa de mi algoritmo. Es el salto adelante. Solución desesperada y muy eficaz. Como la de los protagonistas de la película fornicando en un vagón de metro parisino en pleno centro de Tokio. A veces para ubicar sonidos y dibujar mapas son necesarias medidas extremas.
Al final de la jornada, tumbado en la cama, me sentí bien por haber salido del agujero. Querida Isabel: me ayudó más en la terapia un chino macarrilla que se toma una copa de Magnum que los sonidos de Tokio. No me ayudaste pero, no sé por qué, te sigo queriendo. Y prometo volver a ver la película así que pase un tiempo. Cuando ya esté tranquilo y aún no muerto.
Video: Derribos Arias: Tupés en crecimiento
7 comentarios:
Lug, me he leído tu entrada a horas indecentes y ya me ha encantado. La segunda oportunidad que le he dado a tu texto no me ha defraudado: escribes francamente bien y la lectura resulta de lo más amena.
Me ha gustado especialmente el pasaje del bar. Su mapa de sonidos. Tus observaciones sobre no-sonrisa vs. sonrisa. La "iluminación" posterior... Y también el tratamiento que haces sobre ti. La banalización de los bajones...
En fin, que estupendo, que lo he disfrutado doblemente.
Un abrazo!
el chino me la ha confirmado: se acabó el verano.
Ay.
Me lo.. o quizá " me la"..
Susana: "banalizar bajones". No exactamente pero sí entrar al trapo y pedir ayuda a la escritura porque ella me ofrece lo que sin duda desmonta los bajones (y los "subidones" cuando estos son alucinación creada por Otro). Eso a lo que innvoco es "el afuera", en estas páginas bajo la figura de lector ficticio o real, el que tiene carne y huesos que puedo tocar (o soñar con ello en otro tiempo, en otro lugar) o el que se ofrece como letra sin huesos ni carnes, el comentario de una letra que no es mía (es la tuya) pero que se desborda por ese poder que tienen los signos. Y al desbordarse me lame - como la madres que peinan a sus hijos con agua - y me echa a la calle o al combate.
Aprendo, gramo a gramo, a evitar el miedo (sobre todo: el miedo al ridículo; como aquel personaje de la semana pasadas - él - que mira pasmado el fondo de la piscina sin miedo a los rayos o a los coros). Evitar el miedo y renegar de la huida, de las huidas que siempre están ahí para hacer más fácil el trabajo de la nada, de la muerte, del terrible aburrimiento.
Aceptar que uno está desmontado e insistir en el desmontaje, hacerse cachos y vindicar la escena pública - política - del "aquí estoy" ( "habeas corpus").
Serenus: despierta la huerta en septiembre. Los calabacines quizás ya estén demasiado grandes para la plancha pero queda el buen pisto. Se inician las guerras y el amo nos llama a la puerta para que preparemos el campo de la sabiduría y de la idiotez en nombre del mejoramiento de las nuevas generaciones. Siga la lucha que, me temo, es ahora resistencia. Y y yo, en el respeto del magnífico silencio de las tomateras, anoto el retorno sereno de Serenus. Me alegra que el chino te notifique que el verano se acaba no por ti, que lo disfrutas, sino por mí que me tenía en la agonía. Sorry!
¡salud y librepensamiento, siempre!
Mirá, es tan bueno, que ya me lo leí varias veces. Solo a vos se te ocurre ir un domingo a la tarde a ver una peli de Coixet. Es como pisar el acelerador de la melancolía y comprarse todos los números para el sorteo del suicidio. Bicefalina, a Isabel le gustan los estados terminales, sobre todo en las personas. Tengo para mí que conviene alejarse de ella cuando el domingo viene puntualmente de bajón y acercarse y pegar la nariz al festival silencioso de reflejos del bar (aunque también me gustan los mapas y me seduce Tokio, aunque nunca estuve).
Benditos sean los chinitos macarras y el ojo que sabe descubrirlos y arrancarle los reflejos iniciales a su casco. Benditos sean esos peinados bizarros (recuerdo los "raros peinados nuevos" de la canción de Charly García) y esas personas-personajes recién salidas o a punto de entrar en la ficción, o ya dentro de ella, junto a nosotros. ¿Quién podría decir a dónde está la línea divisoria?
No hay algoritmo para salir de la tristeza, me temo. Hay salidas variables, como las causas que la provocan. Uno las huele por instinto, supongo. A mí me sale, como a vos, meterme en los bares y mirar a la gente. Me siento acompañada en mis taras y protegida.
Ah, cómo me hizo reír el lienzo que incluye tupé. Esos latigazos tuyos aparecen, así, de golpe. Como los saltos hacia adelante que nunca fallan. Como cantar Sigo siendo el Rey.
Otros latigazos me enseñaron (bueno, algo tenía que haber aprendido, a esta altura) que algunas canciones son más eficaces que Coixet. Suelen ser las que en el pasado nos hubiera dado vergüenza cantar en público. O reconocer como asistentas terapéuticas de cabecera.
El Coro Mouskouriko te saluda.
Aparta a Bicefála del Hades del Bajón, oh Zeus.
Dale macarras y verbenas.
No permitas que deje de escribir, oh, no.
Jo, Mariel, tú sí que eres reflejo de escritura, escritura que no quiere naufragarse, convertirse un nadería o sitio o espacio de la reiteración.
Discrepo en tu anotación sobre el valor terapéutico de las películas de la Coixet (Dicho sea de paso: no es que crea que ella pretenda hacer terapias; soy yo el que en esta esquina de mi vida busco terapias en casi todo: en la cerveza que me acabo de tomar contemplando un atardecer y en los macarrillas de los bares o en las, ay dios, camareras que me sonríen). Los estados terminales no generan en mi entusiasmo - habría quue ser un tarado completo - pero sí reconciliación con el mundo (y, sobre todo, la gente que lo habita). Pero en esos estados terminales debe aparecer "el cuidado", la pregunta reiterada - "cómo te encuentras, mi amor" - ,la santidad pagana ( y digo santidad por ser estado extremo de entrega; y digo pagana porque el cuidado del otro se subraya como maravilla). Por poner un ejemplo: sí me gustó "mi vida sin mí" a pesar de lo desolador del caso o, cambiando de director, me pareció ¿sublime? la historia que cuenta en "Rompiendo las olas" Lars von Trier. O la propia "Azul". El problea que veo en la película de Coixet es que la historia es excesivamente esquemática (y muy, muy fría) y juega con un factor, que en principio parece que es un as en la manga pero al final se torna trampa: las imágenes orientales en general y específicamente las japoneserías son muy brillantes por sí, por exóticas y, sin embargo, "globales". Para romper con ellas es preciso que la historia tenga más fuerza. Pero no quiero hacer comentarios sobre la película porque deseo volver a verla dentro de unos meses (o años). Sólo quería contestar a tu nota.
Siempre siguiendo tus subrayados y magisterio, la bicéfala sigue en la brecha.
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