Cuenta la ya oxidada en su hermosura Leyenda que el Gato Marramiau jugaba en aquel entonces con ovillos de colores que la Divina Providencia, dueña y señora de destinos, enviaba con periodicidad ajustada al ahogamiento sin muerte. Adicto a esta práctica SM y aceptando el magisterio de la Señora, el Gatito escribía diccionarios y enciclopedias, nivel uno en la escritura después justito de la redacción terapéutica que es el auténtico nivel cero. La escritura terapéutica - la que, sin ir más lejos, muchos creen que hace la Bicéfala - carga sus muretes sobre el supuesto de la sinceridad ajena al artificio y la simulación porque no busca destinatarios sino destinos, no intenta provocar una ruptura del lugar del lector sino sólo quiere pintar de colorines la casa anímica del escribiente. Por eso, en rigor, no cabe en la escritura terapéutica el peritaje crítico. Se autojustifica en el mismo decir, en lo que tiene de descarga prostática, intestinal o salivazo. No hay bidimensionalidad. Grado cero, ya digo.
Escribir por necesidad del alma - eslogan de la escritura terapéutica - nos deriva hacia esa actividad con olor a hogar y ajena al cinismo de los artificios literarios. Grado cero: el famoso estado de salvajismo o naturaleza.
***
La Tortuga se pierde por efecto de la bicefalina. Se desliza entre géneros y estratos existenciales o se pierde en fruslerías meditativas cuando lo que marca la hora es hoy la narración. Oímos decir a la Tortuga que Marramiau se colocaba sobre sus 4 patas esperando los ovillos de colores que la Divina Providencia le tenía a bien enviar. Así, en el estrecho pasillo, contabilizaba las posibilidades combinatorias de los colores y clasificaba la hilacha por tonalidades (siempre impuras, con vetas y flecos). El Gatito relataba las gestas de los hilos creando enciclopedias de seducción y morfinomanía.
En cierta época los ovillos dejaron de llegar y la Señora en su silencio simuló para Marramiau muerte o abandono. En verdad, la Providencia(por Divina) no muere ni siquiera en estos tiempos líquidos. Algunos asocian esa persistencia inmortal de la Señora al no poder vivir sin un más arriba o por encima de la polución lumínica que afecta como signo básico a los humanoides. El caso es que el Gato intuyó el agotamiento de sus fuentes y optó como tantos otros por volarse la cabeza. En verdad, Marramiau quería reventarse el corazón pero confundió el tiro o la diana desmontándose la cabeza e iniciando la cadena de errores que definen desde entonces su biografía.
Y así, el Gatito, vivito y coleando en su nueva vida acéfala, se presentó un día ante sus amigos - el Perro Amarillo de Marc y la Bicéfala - , siendo su cara el marco ovalado de un espejo sin espejo, una ventana sin cristal en el que reflejar los edificios o una puerta por la que habita permanentemente la corriente sin que quepa la esperanza del portazo. El Gatito se parecía tanto a uno de los espectros que visitaba a los protagonistas de "A puerta cerrada" de Juan Pablo Sartre que sus amigos bromearon largo rato en la sitcom, pasando las mano por el hueco de la cara, jugando a las encestadas y confundiendo al pobre Gato - al que llamaban Juan Pablo - con ecos y otros juegos sensoriales que se escapaban por el gran orificio de su jeta invisibilizada.
Pero el Gato se hartó:
- Maldita Tortuga, ¿acaso crees que hay mucha diferencia entre mi acefalia y tu bicefalia? La tontuna nos invade a ambas y nos convierte en objeto de burla.
La solidaridad de los estigmatizados es extraña y cabría elaborar un diccionario sobre la misma. Es una ligazón bastarda, como de patio de Monipodio o Corte de los Milagros, en la que podemos ver vetas purísimas de piedad. Pero nuestro creador de diccionarios está seriamente afectado . No está para bromas porque duele el vacío.
***
Balthus y Setsuko
Pero no todo es broma entre amigos y a falta de sexo perverso - impensable entre Bicéfala, el Perro Amarillo y Marramiau - la cosa derivó, como decíamos, hacia la piedad. Pensando en clave de ingeniería ortopédica (sin ser especialistas) todos consensuaron que el gran hueco, ese signo de la herida y del carácter bromista de la Providencia, podría ser taponado con un espejo que se enmarcó ipso facto en el lugar del rostro, encajando sus reflejos entre las orejas puntiagudas y el mentón aterciopelado.
Marramiau volvió, pues, al mundo de las cosas convertido en carita de espejo.En ocasiones lograba ajustar entre los límites la cara de alguien y simulaba ser otro. Esto le gustaba. Más aún renunció ascéticamente a sí aceptando el devenir de las imágenes (metadona de los ovillos de colores) con fría piedad estoica, al modo amor fati.
Y en el espejo brotó la tontina sonrisa del Gato especular amante de las artes...
Ni que decir tiene que sus amigos cambiaron de calendario. Se pasaron al mes lunar.
(Continuará)
Pero no todo es broma entre amigos y a falta de sexo perverso - impensable entre Bicéfala, el Perro Amarillo y Marramiau - la cosa derivó, como decíamos, hacia la piedad. Pensando en clave de ingeniería ortopédica (sin ser especialistas) todos consensuaron que el gran hueco, ese signo de la herida y del carácter bromista de la Providencia, podría ser taponado con un espejo que se enmarcó ipso facto en el lugar del rostro, encajando sus reflejos entre las orejas puntiagudas y el mentón aterciopelado.
Marramiau volvió, pues, al mundo de las cosas convertido en carita de espejo.En ocasiones lograba ajustar entre los límites la cara de alguien y simulaba ser otro. Esto le gustaba. Más aún renunció ascéticamente a sí aceptando el devenir de las imágenes (metadona de los ovillos de colores) con fría piedad estoica, al modo amor fati.
Y en el espejo brotó la tontina sonrisa del Gato especular amante de las artes...
Ni que decir tiene que sus amigos cambiaron de calendario. Se pasaron al mes lunar.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario