"El emperador eres tú y nadie más;
los Saboya son postales"
(Clara Petacci a Mussolini).
los Saboya son postales"
(Clara Petacci a Mussolini).
Pudiera ser una frase de vocación encendida que una amante escupe a su fogoso toro. Y, por lo que contaban en el artículo, así debía ser la cosa. Sentí lastima del animal y una cierta ternura al imaginar los componentes del atrezzo femenino de una mujer moderna de los años treinta en el suelo. ¿Fetichismo antifascista? Llamémosle de cualquier modo. En cualquier caso no niego la piedad que brotó en mi alma ante la imagen del macho cincuentón que teme la decadencia o que se imagina en una sexualidad tranquila y plácida, atenta al deseo femenino. Cabe suponer que para Il Duce la sexualidad comunicativa que hoy se propone para el hombre moderno y civilizado debía ser la imagen del mismísimo infierno. Preferiría mil veces ser torturado y colgado en la plaza como un buey. La afrenta pública y el escupitajo partisano antes que la deflación privada y la apuesta por una sexualidad sin violencia dentro de la alcoba burguesa. Un animal malherido ¿no encuentra en la muerte su esperanza?. Antes ser colgado que acabar siendo una postal.
El héroe (¡Oh!)
Supuesta la piedad en el ángulo de encuadre - que no es objetividad pero lo simula -, me lancé a la gracia de que alguien llamara a los Saboya "postales". Como hace poco más de un año escribí anotaciones que se titulaban así y siempre había soñado con continuar la serie, el fondo de mi corazón se sintió aludido por la frase de la Petacci.
¿Se divide el mundo entre emperadores y postales? ¿Soy yo una postal?
Leo por ahí que la postal "se utiliza como excusa para comunicarse con algún ser querido y aprovecha la imagen que la misma contiene para mostrarle a éste como es la fisonomía de la parte del mundo en la cual se encuentra". Por eso mismo y como consecuencia del hecho que las postales no utilizan sobres para ser enviadas " se recomienda no utilizarlas para comunicar cuestiones estrictamente privadas".
Los seres postales se comunican desde la lejanía , evitando el mal trago de pretender la intimidad en el cara a cara, violentísima espoleta de tentaciones apasionadas, como sabían la Pettaci y el otro, siempre dispuestos a la dialéctica de los puños y las penetraciones. Desde la lejanía, la postal no ofende y nos ofrece una imagen del lugar en el que nos encontramos edulcorada por el juego de tonalidades, desrealizada hasta la cercanía de lo onírico pero sin caer en lo siniestro que siempre el sueño anuncia. La postal es un anti-futurismo de cabo a rabo; una postal fascista es una contradicto in adjeto . Nos ofrece la dosis justa de pintoresquismo sin llegar al extremo de convertirnos en almas románticas (Las señoritas románticas pueden coleccionar postales sólo en las etapas iniciales de su mutación anímica; luego las abandonan o las pervierten con intervenciones gráficas o interpretativas).
El ser postal vive ajeno a la privacidad. Es pública su alma o, mejor, el cartón piedra que sustituye a lo que debía ser su alma.
Quizás en el fondo yo no soy un ser postal. En la sombra de mi bonhomía late un emperador frustrado que temiendo la decadencia espera una muerte heroica en la plaza del esputo partisano. Me doy miedo, jó.
O quizás, como venganza de los Saboya, la imagen que encabeza esta nota se haya convertido ya en postal para princesa neogótica. Un rectangulito en el que anunciamos nuestra llegada a Milán y ofrecemos en la distancia una imagen interesante, garantizando que no hablaremos de cosas privadas. Ni de amor ni de muerte.
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