El hombre más feo de la villa - y con pretensiones de fealdad universal – aprovechaba avaro cualquier momento para profundizar en la seducción del joven Alcibíades. Todo eran alabanzas a su cuerpo duro y a su alma gentil. ¡Cuánto aprendería aquel repulsivo Sileno, oh envidioso de la juventud y de los noveles poetas, del entusiasmo y hasta de la temeridad del más hermoso de los atenienses! Si miedo al desprecio ni a la risa, volteando con su humillación por los callejones, el viejo decía abrirse en todos su poros para recibir el aliento del muchacho. Finalmente Alcibíades, crecido en su honra y con un morboso interés por los pliegues ventrales de aquel viejo y feo de pretensiones cósmicas, se cuela en la cama del Sátiro. Quiere hacer o dejarse hacer y por una vez ha escapado de los brazos de Lujuria para dejarse elevar por Amor o Morbo.
El viejo, ya se sabe, desprecia el intento carnal de la hermosa criatura. Rompe con las líneas de tensión erótica que había ido creando tan trabajosamente. El feo, el viejo y, ahora, despiadado censor, expulsa al joven al que rescató de los brazos de Lujuria. Nadie comprende el mensaje – ni aquel luchador grueso que se decía favorito. ¿No hubiere sido piadoso acercar al joven Alcibíades al círculo de los amigos?¿Es que la burla no tenía objeto y, finalizada la comedia, no se nos lleva a las puertas de la épica o al menos a la lírica o al género pastoril ...o, siquiera, a la tragedia?
No, insiste el viejo. Fuera de mi lado.
Nadie entiende el método de la seducción constantemente frustrada. ( ¿Por qué me muerdes el labio precisamente ahora que había decidido besarte?) Es ininteligible la falta de compasión ni la imagen de que sólo importa el camino y que, al final, la posada se deja a un lado y se prefiere dormir a la intemperie. Manías de hoplita o marine. Como no usar papel higiénico o sonarse los mocos con las manos, expulsando a chorro lo que tapona.
Y algunos creen encontrar aquí el secreto de la filosofía.
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