“...por el momento mi obra tiene un sentido claramente destructivo. Espero que en el futuro y por cierto tiempo , siga destructiva. Prácticamente en nuestra realidad espiritual española está todo por destruir” (Luis Martín-Santos)
Siempre he considerado que la meditación filosófica – discurso, verso o novela - debiera proporcionarnos pistas indicativas de lo que ha de llegar, pronósticos laminados y estimuladores sobre lo que nos espera a una vida vista (de aquí a la muerte de nuestro hijos). Dicho de otro modo: meditamos para cerrar ( o entornar, como se hace con las puertas cuando se quiere contar un secreto) la maldita sorpresa , esa que supuestamente incitó a los pensadores.
No pretendo, desde luego, suponerme maestrías ni capacidad de peritación.
qué pinceles me dieron
no lo sé realmente para contar
en tono-susurro
algunos cotilleos de alma
(que más ángulos no son posibles para el canto rodado)
No tengo inconveniente en buscar magisterio. Sin embargo no me siento capacitado para decantar maestros en esta foresta del veintiún siglo después del Cristo. Como en otros aspectos de la vida aquí también somos elegidos. Seguimos hambrientos de diálogo.
Porque, para empezar, contésteme a esta pregunta: ¿En qué tiempos estamos? ¿Qué toca ahora y, sobre todo, que tocará mañana y el pasado mañana, “ahora y en la hora de nuestra muerte”?. ¿Qué dicen las cartas? ¿Toca destrucción, aniquilación de la mitología heredada y de toda la farsa que acompaña porque el espíritu (o la cultura o la sociedad o las condiciones de posibilidad de la existencia en general) huele a putrefacción y ya no sirve y no vamos a ofrecer a nuestros descendientes sino vacío e idiotez? ¿O es prudencia lo que se impone, responsabilidad que intenta conservar lo mucho ganado, apuntalando los andamios y tirando de los cordajes para que la nave pueda seguir, porque puede, en la travesía, hacia reino de justicia o piedad o felicidad o, cuando menos, mera sabiduría? ¿O, sin más, podemos apostar por la tontería y el divertido placer finalmente descubiertos en toda su extensión, asumir la liviandad como marca de la existencia después de tantos siglos de profundidad y amargura (devoción o nihilismo, sacralización-desacralización - resacralización) arrojándonos a lo que nos pongan porque hay secreta sabiduría en lo vanal? ¿O se nos exige la entrega definitiva a la farmacia, la nubecilla tóxica, el plasma y la píldora de color del olvido?
- ¿Y el silencio? - replicas.
- No sirve el silencio – te niego e insulto - como propuesta porque el silencio es a lo que nos llaman las sirenas que bordean la escritura. O, mejor dicho, nos invocan las muy zorras a esa variedad del silencio que es el chillido y la gestualización verbal. Y no quiero renunciar a la escritura como un Lord Chandos de mercadillo o hiper.
Por eso, porque el silencio no basta se impone tomar los síntomas por los pelos o las pantorrillas, intentar un diagnóstico, hacer la predicción echando las cartas o las letras.... Trato o truco, truco o susto, prudencia o destrucción, inteligencia moral.
¿Quién me revela un magisterio y me incita a la devoción? ¿Destrucción o prudencia? ¿Farmacopea o liviandad? ¿Seriedad o juego? ¿Disyunción o conjunción?
1 comentario:
¡¡Hola!! Te concedo un "Premio limonada", ¿lo aceptas? Las bases están en "La lechuza de Minerva": http://blog.educastur.es/lechuzaminerva
Saludos filosóficos.
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