“¿Por qué me pongo tan triste cuando pienso en aquellos días?¿Será que añoro la felicidad pasada?... ¿O será por lo que descubrí más tarde, por la sombra que ese descubrimiento tardío arroja sobre aquellos días del pasado?
¿Por qué? ¿Por qué lo que fue hermoso, cuando miramos atrás, se nos vuelve quebradizo al saber que ocultaba verdades amargas?¿Por qué se oscurece el recuerdo de unos años felices de matrimonio cuando nos enteramos de que el otro tuvo un amante durante todo ese tiempo? (...) A veces un final doloroso hace que el recuerdo traicione la felicidad pasada. A lo mejor es que la única felicidad verdadera es la que dura siempre. Porque sólo puede tener un final doloroso lo que ya era doloroso de por sí, aunque no fuéramos conscientes de ello, aunque lo ignorásemos. Pero un dolor inconsciente e ignorado, ¿es dolor?” (Bernhard Schlink: El lector)
¿Cuánta es la espesura de lo borrado? ¿Cuántas interpretaciones y hermenéuticas que desconocían su nombre han fracasado antes de iniciar esta autobiografía? La costra de la tachadura hace temblar el signo. Lo quiebra. El pasado rememorado, si consciente, tienta al silencio. Nada más lleno de pringue que la memoria; incapaces somos de limpiar el espejo en el que se desborda. No hay pulido definitivo de la lente.
La autobiografía, si consciente, es dolorosa. No por lo desagradable del pasado sino porque en el amago de un primer inicio se ocultan cien intentos previos que no se atrevieron a dar el paso: “Nací en aquel lugar y en aquella hora. Los relojes no se pararon”.
¡Es tanto lo borrado!. Nos gustaría leer los cuadernos que de niños llenamos de poemas y cuentos pero fueron quemados una tarde de vino y rosas. En cualquier caso, ¿quién se atreve a ver en ellos lo que allí había?¿No veremos en aquellas letras la estupidez de nuestros rencores? Es por eso que nos persigue el abandono; el suicidio. La morfina nos parece más digna que el ridículo. Rememoramos aturdidos por una dosis extra y así nos enfrentamos a la alucinación transvestida de la autenticidad del pasado. En el humo del opio se caligrafiaron las palabras del embrujo: amor fati.
El cínico observa al emperador con sorna y anuncia su borradura. Nada dura, idiota, en tu imperio. El final doloroso, el final cierto, el sufrimiento, la angustia y la muerte que acompañan la existencia te alcanzarán a ti. Olvidamos que todos vamos a llegar a casa en cajas de madera. La memoria olvida.
Bicéfala: no se me escapa que, fruto de la pasión y del constante enamoramiento en el que caemos los viejos, a veces creemos estar en el primer poema y en el pórtico de la carne virginal, flechazo de la letra y los pezones morenos. A veces confiamos en la memoria posible, en aquello que vamos a relatar a nuestros amigos después de la juerga. Nos imaginamos narrando el juego de la seducción y lo buena que estaba la menda
(¿Son estos recuerdos míos? ¿Estuve yo allí? ¿Deserté en Viet Nam? ¿Soy yo Sweet Martha Lorraine? ¿Por qué me resultan tan familiares estos sonidos?)
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