“Esa memoria es y será siempre un palimpsesto y cada nueva inscripción borra la anterior , y aún cuando la última no sea - y eso es más frecuente de lo que se confiesa – más que una invención destinada a adaptar el pasado a las predilecciones del presente” (Juan Benet:Luis Martín-Santos, un memento).
ÉL: Si esto es así, no cabe argüir que mi experiencia de viejo sea escudo y valor en el combate, ni que la experiencia defina un grado que nos eleve por encima del propio discurrir de las palabras jóvenes. ¿Qué ventaja tiene ser palimpsesto y no ya tabula rasa o pantalla en blanco? Ninguna: nada eleva ni ilumina el paso de los años, cada palabra debe combatir en el decálogo de la lógica, el ritmo, la sonoridad o la cuadratura. Como el primer día.
BICÉFALA: Sin embargo se me ocurre que cabe salvar el santuario de Mneme considerando que nuestra experiencia de viejo es mejor que la palabra del joven por una cuestión de textura, por nuestra capacidad para detectar en el palimpsesto de la memoria el grosor de lo borrado. De otro modo: si frente al dogmatismo del primer trazo imponemos desde la vejez la ironía del gesto mil veces repetido ---- tócala otra vez Sam, volveremos mañana a (re)escribir la historia. La memoria se salva si se torna nihilista y melancólica; si la escritura incluye su borrado. Si nuestro canto se transforma en la voz de nómada que abandona su propia vida en el gesto de la autobiografía.
Pero nadie conocía la tonada
que era inventada para la ocasión
y se fue por el camino a contemplar
los desvelos de las ultimas sombras.
Y caminando iba pensando que ganar
siempre es tentar a la otra cara de la suerte
y que por eso te hacen daño los huesos
cuando golpeas fuerte.
Y sintió la alegría del olvido
y al andar descubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla.
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