He venido sólo y debo compartir mesa con otras personas. Los desconocidos me agotan con su movimiento de mandíbulas y su cháchara. Desconecto el aparato de audición. Una señora se sienta frente a mí y me fuerza al buenastardes y al queaproveche. Cuando llega la comida la señora mira a su alrededor y, sin decir nada, consigue silencio. Se convierte en foco de una escena. Luego junta sus manos y bendice la sopa. Nadie se ríe.

En 1951 una seguidora de Rockwell envió una carta al artista relatándole una escena similar a ésta. La corresponsal había contemplado en Filadelfia, en una cafetería de la cadena Horn & Hardart , a una anciana menonita y su nieto bendiciendo la mesa. La admiradora creía que aquella era una “escena Rockwell" . El resultado de aquella anécdota (diferida) es este célebre cuadro, portada del The Saturday Evening Post el 24 de noviembre (para el Día de Acción de Gracias). Dicen las crónicas que fue la más célebre de las portadas del semanario.
Esta postal nos traslada a ese mundo- ni-que-pintado que tanto gusta a Rockwell. Sin embargo la ingenuidad de la ilustración se ve circuncidada por un elemento de extrañeza: la bendición de la mesa está fuera de sitio; es un acto arcaico. Lo interesante es que Rockwell suspende con su mirada la violencia del acto (el conflicto entre lo viejo y lo moderno, la religiosidad y el escepticismo). Las heridas se desvanecen por el triunfo, bien que momentáneo, de aquello que no suele (o puede) ganar. La mirada rockwell genera un fogonazo de armonía que asumimos sentimentalmente ---- suspendemos el juicio que nos llevaría a reconocer la falsedad de la escena. Los amantes de la postales podemos dejarnos llevar. Prueba experimental: contémplese la imagen antes de acudir a la cena de Navidad con la familia.

La escena, por lo demás, tiene otras claves. Dicen los hipertextos que la cadena Horn & Hardart fue pionera en la introducción de máquinas automáticas para la expedición de café y otros alimentos ya a principios del siglo XX. Desde luego Rockwell no nos da pistas para comprender este extremo. Pero la cópula de la máquina expendedora y la mujer menonita – en caso de haberse producido – sería aún más brutal y subrayaría el efecto. De algún modo el triunfo de la mujer, como la cámara lenta de los protagonistas de Matrix eludiendo las balas, muestran el poder de las postales para reventar el espacio-tiempo. Y reventar el espacio tiempo depresivo supone sobrevivir un minuto más.
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Edward Hopper en 1927 pinta Autómata, imagen en la que una mujer solitaria bebe café en un establecimiento Horn & Hardart. Bien pudiera ser la misma mujer de la bendición en sus años jóvenes. Aquí, desde luego, no hay huella de las tradiciones resquebrajadas por el mundo moderno. Hopper muestra la soledad de la mujer urbana asociándola a una cierta sospecha de automatismo y una certeza de alienación.
Sin embargo, la pintura de Hopper también es una postal. La frialdad de su escena también eleva la concentración sentimental en sangre (o espíritu) y nos lleva a suspender el juicio. ¿Dónde se produce en la imagen esa armonización de las cosas y ese triunfo sobre la precariedad que define a las postales? Creo que dentro de la protagonista. Porque en la mujer que bebe café insuflamos nuestra propia intimidad como Dios sopló sobre el barro para crear a los humanos. Si de la menonita recibimos ternura (falsa), a la mujer de Hopper se la entregamos (en simulacro). Dar y recibir. Hasta Anibal Lecter asumía este principio.
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Miro a mi alrededor. El comedor comienza a vaciarse. Salgo a la calle y el esplendor de las cosas me incita a seguir buscando brillos y postales. Soy un archivo portátil de imágenes de armonías imposibles. Esto es enfermizo y no mejora las condiciones de vida de los menos favorecidos. Pero me salva.
¿Salvaría a todos el ejercicio?
PIE DE PÁGINA:
(La inteligencia clínica dice: Hitler también pintaba postales. Lo sublime sentimental es sólo fármaco y droga. Nunca traspases con esas alforjas al otro lado del espejo. Nunca pases del romanticismo a la política)
(La inteligencia clínica dice: debemos salvajemente desmontar el entramado de la ficción. O dejémonos arrastrar por la sentimentalidad de la conciliación sabiendo que por la puerta del restaurante está entrando un joven armado con un fusil de asalto. No hagan postales con la cabeza de la buena menonita tras el disparo. Evitemos crueldades innecesarias.)
Despierto.
Imágenes: Norman Rockwell: La bendición de la mesa(1951). Máquina expendedora de alimentos y bebidas de Horn & Hardart. Edward Hooper: Autómata (1927)