miércoles, 12 de agosto de 2009

DOS. POSTALES ( DESDE NORMAN ROCKWELL, CON AMOR)

Estamos en un restaurante donde sirven un buen menú por un precio adecuado. Es la hora de la comida y el salón está lleno de gente. Nunca me ha gustado comer en este tipo de lugares públicos aunque me garanticen dieta y moderación en el gasto. Me parece estar comiendo en el metro. El metro, el tubo por excelencia, no armoniza con mi tubo digestivo. Pero venga, estoy aquí, y pediré ensalada y filete. Nada comprometido.

He venido sólo y debo compartir mesa con otras personas. Los desconocidos me agotan con su movimiento de mandíbulas y su cháchara. Desconecto el aparato de audición. Una señora se sienta frente a mí y me fuerza al buenastardes y al queaproveche. Cuando llega la comida la señora mira a su alrededor y, sin decir nada, consigue silencio. Se convierte en foco de una escena. Luego junta sus manos y bendice la sopa. Nadie se ríe.



En 1951 una seguidora de Rockwell envió una carta al artista relatándole una escena similar a ésta. La corresponsal había contemplado en Filadelfia, en una cafetería de la cadena Horn & Hardart , a una anciana menonita y su nieto bendiciendo la mesa. La admiradora creía que aquella era una “escena Rockwell" . El resultado de aquella anécdota (diferida) es este célebre cuadro, portada del The Saturday Evening Post el 24 de noviembre (para el Día de Acción de Gracias). Dicen las crónicas que fue la más célebre de las portadas del semanario.

Esta postal nos traslada a ese mundo- ni-que-pintado que tanto gusta a Rockwell. Sin embargo la ingenuidad de la ilustración se ve circuncidada por un elemento de extrañeza: la bendición de la mesa está fuera de sitio; es un acto arcaico. Lo interesante es que Rockwell suspende con su mirada la violencia del acto (el conflicto entre lo viejo y lo moderno, la religiosidad y el escepticismo). Las heridas se desvanecen por el triunfo, bien que momentáneo, de aquello que no suele (o puede) ganar. La mirada rockwell genera un fogonazo de armonía que asumimos sentimentalmente ---- suspendemos el juicio que nos llevaría a reconocer la falsedad de la escena. Los amantes de la postales podemos dejarnos llevar. Prueba experimental: contémplese la imagen antes de acudir a la cena de Navidad con la familia.


La escena, por lo demás, tiene otras claves. Dicen los hipertextos que la cadena Horn & Hardart fue pionera en la introducción de máquinas automáticas para la expedición de café y otros alimentos ya a principios del siglo XX. Desde luego Rockwell no nos da pistas para comprender este extremo. Pero la cópula de la máquina expendedora y la mujer menonita – en caso de haberse producido – sería aún más brutal y subrayaría el efecto. De algún modo el triunfo de la mujer, como la cámara lenta de los protagonistas de Matrix eludiendo las balas, muestran el poder de las postales para reventar el espacio-tiempo. Y reventar el espacio tiempo depresivo supone sobrevivir un minuto más.

**



Edward Hopper en 1927 pinta Autómata, imagen en la que una mujer solitaria bebe café en un establecimiento Horn & Hardart. Bien pudiera ser la misma mujer de la bendición en sus años jóvenes. Aquí, desde luego, no hay huella de las tradiciones resquebrajadas por el mundo moderno. Hopper muestra la soledad de la mujer urbana asociándola a una cierta sospecha de automatismo y una certeza de alienación.

Sin embargo, la pintura de Hopper también es una postal. La frialdad de su escena también eleva la concentración sentimental en sangre (o espíritu) y nos lleva a suspender el juicio. ¿Dónde se produce en la imagen esa armonización de las cosas y ese triunfo sobre la precariedad que define a las postales? Creo que dentro de la protagonista. Porque en la mujer que bebe café insuflamos nuestra propia intimidad como Dios sopló sobre el barro para crear a los humanos. Si de la menonita recibimos ternura (falsa), a la mujer de Hopper se la entregamos (en simulacro). Dar y recibir. Hasta Anibal Lecter asumía este principio.

**

Miro a mi alrededor. El comedor comienza a vaciarse. Salgo a la calle y el esplendor de las cosas me incita a seguir buscando brillos y postales. Soy un archivo portátil de imágenes de armonías imposibles. Esto es enfermizo y no mejora las condiciones de vida de los menos favorecidos. Pero me salva.

¿Salvaría a todos el ejercicio?

PIE DE PÁGINA:

(La inteligencia clínica dice: Hitler también pintaba postales. Lo sublime sentimental es sólo fármaco y droga. Nunca traspases con esas alforjas al otro lado del espejo. Nunca pases del romanticismo a la política)

(La inteligencia clínica dice: debemos salvajemente desmontar el entramado de la ficción. O dejémonos arrastrar por la sentimentalidad de la conciliación sabiendo que por la puerta del restaurante está entrando un joven armado con un fusil de asalto. No hagan postales con la cabeza de la buena menonita tras el disparo. Evitemos crueldades innecesarias.)

Despierto.

Imágenes: Norman Rockwell: La bendición de la mesa(1951). Máquina expendedora de alimentos y bebidas de Horn & Hardart. Edward Hooper: Autómata (1927)

martes, 11 de agosto de 2009

UNO. POSTALES ( DESDE NORMAN ROCKWELL, CON AMOR)



Todos los depresivos son (somos) de cara sonriente. Esta no es una ley científica sino, más bien, una ficción (auto-) biográfica que sólo debe evaluarse en sus justos términos estéticos y terapéuticos. Pero reitero la apuesta: los depresivos somos (son) gente de cara sonriente y, en general, muy amables con sus vecinos. Además, en segunda afrenta, digamos que los depresivos (todos) son (somos) seres necesitados de postales. Quiero decir: no es que seamos fanáticos del coleccionismo sino que en nuestra vida tratamos de encontrar con la mirada escenas y situaciones dignas – para bien o para mal – de ser pintadas por Norman Rockwell. Queremos entrar en sus cuadros. Rockwell, depresivo él, se pintaba constantemente dentro de sus obras, y ha pasado a la historia como el ilustrador del optimismo yanquee. Curioso los medios de que se sirve la providencia para hacer cumplir sus designios (al menos en Norteamérica).

A lo mejor me equivoco y sólo un tipo como yo es propenso a esta caída tonta en el lugar común, ese espacio-postal en el que el fluir de las cosas se paraliza y todos los objetos (incluidos los objetos- personas) encuentran una extraña armonía que intentamos fijar rápidamente porque sabemos de la precariedad. O tal vez , por qué no, sea este afán rasgo de la humanidad en su conjunto. O, más allá, me pregunto si toda la animalidad no será un inmenso y pluriforme organismo deprimido que busca postales por la vida para aclarar una cierta congoja que no sabe decir su nombre. Alguien dijo: Post coitum omne animal triste. ¿Alguien se extraña de que intentemos fijar en postales los enlaces que nos prenden a la ternura de las cosas?

Postulo que hasta los más listos de la especie tienden a ver y participar en los cuadros que se supone son del tono. Todos, como depresivos posesos, tratamos de encontrar nuestro sitio en esas escenas paralizadas en el tiempo. Así se cruza pasos de cebra como los Beatles o se entra en el cuarto de una desconocida como quien recorre un Vermeer para sorprender a la chica de la perla. Uno toma café en Montparnasse representando una postal que retiene en la memoria bajo el escueto título de “Yo tomé (o tomaré) café en Montparnasse comme il faut!”.

A veces los que se creen muy listos e inhumanos intentan romper la búsqueda de postales. Pero hay tanto sueño suelto (y roto) por este universo que en los ataques de originalidad uno se encuadra en las aguatintas de Rimbaud insultando al universo como poeta de quince años. Hace postales de simbolista rebelde. Rimbaud fijaba vértigos. La mayoría coleccionamos postales.

N. Rockwell: Shuffleton's Barbershop (1950).Portada de The Saturday Evening Post, Abirl 1950

lunes, 10 de agosto de 2009

(micro) POLITIKA (gestión de catástrofes personales)


No beses,
no des la mano,

di hola.


Es este sabio consejo de prevención de la gripe.
Es también texto-cartel en el Colegio de Médicos de Madrid.

Es un haiku castrado (¿faltan sílabas?¿dejaron hueco para la alusión al maravilloso mundo de la naturaleza-macro?)

Lo de castrado no intenta ofender.

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El haiku es imperativo hipotético para tiempos de crisis sanitaria. Nos dice:

Si quieres ser un enemigo del pueblo y de la humanidad, si deseas que tu huella egoísta de muerte perdure en la memoria de los hijos de los hijos, sal a la calle y besa y da la mano”.

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Al final de la Guerra Civil un cartel comercial decía: “Los rojos no usaban sombrero” . Hoy, en este Apocalipsis que no acaba de arrancar (signo de los tiempos que Bicéfala asume y respeta), se nos dice que los malos besan y dan la mano. Los hombres de bien dicen, simplemente, ¡Hola!.


(Los fascistas no daban la mano sino que la alzaban. Los comunistas levantaban el puño. El muro de Berlín se derrumbó después del beso entre Gorvachov y Honecker. La historia nos muestra el peligro de tanto beso en las recepciones).

(Desde luego, no aludo al beso de Judas pues el asunto está aún en manos de los expertos. Quizás aquí estuviéramos ante una excepción: el beso de Judas fue necesario y positivo pues sin él no se habría producido el sacrificio del Cristo para la salvación de los hombres. Pero insisto en que el asunto puede admitir otras lecturas --- al fin y al cabo el beso abrió la espita de la tortura para el tal Jesús).

+++

Nunca me ha gustado la ceremonia de los besos y las manos. Educación clásica, ya saben, represiva, con mala conciencia después de cada contacto. Siempre he sospechado que tanto besucón era un peligro para la humanidad. La clínica lo confirma.

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Sociológicamente dividamos la sociedad en tres tercios. Aquellos a los que besas, aquellos a los simplemente das la mano, esos otros que reciben tu sonriente ¡hola!. Imaginemos, a efectos experimentales, que somos miembros del grupo Viva la gente y que en el con junto H de la humanidad no existe ningún hx al que no saludemos con beso, asistimiento de mano o saludo oral (hola). El haiku castrado nos recomienda que trasvasemos a la gente desde el espacio de los besos y los achuchones de mano al espacio del hola. Nos piden que abandonemos el reino de los cuerpos para convertirnos en seres de lenguaje, puros seres espirituales comunicados en la red hola-hola. Quieren que seamos adictos a una red de blog´s, esa que nada contagia salvo locuras. No caigamos en la tentación reproductiva ni en la saliva ni en el sudor.

+++

Veo el mundo sin besos ni abrazos y me acuerdo de Norman Rockwell y sus momentos felices. Creo que mañana hablaré de Rockwell y, mientras tanto, haré caso a los consejeros clínicos para mayor gloria de la humanidad.

viernes, 7 de agosto de 2009

INSTALACIÓN( Cigarrillo)

PREVIA
Dijo: “No tiene por qué corresponderme con comentario alguno, solo hacer lo
que estrictamente desea”.


Digo: ¿Y que nos queda sino las correspondencias? ¿Y si el único deseo fuese el de responder, cumplir con las visitas, dejar que aquello que nos ha acariciado la mirada, el espíritu y la carne, se convierta en tejido escrito, torpe letra? ¿Hay otra tarea salvo la de revelar las correspondencias y redactar el pie de página?


UNO DE TRES

El cigarrillo es una entidad comunicativa.

Empecé a fumar divagando con N., en los recreos, sobre el anarquismo. Teníamos quince años. Él se afilió a la CNT. Yo pasé del Bisonte al Fortuna y ahí acabó mi evolución ideológica.

Dejé de fumar mientras estaba en el ejército. Por aburrimiento. Los soldados, mis iguales, consideraban que un filósofo era una psiquiatra. Se reían. Fumaban como Fu-manchú, con una larga uña tocándome las meninges. Aguanté varios años sin fumar. Tantos como me duró el aburrimiento caqui. Al empezar a divertirme retorné al vicio aunque ya muy esporádicamente. La milicia marca. A otros les conduce al tabaco y el alcohol; a mi al estudio de oposiciones. No comentemos las alturas de la perversión.

Retorno (now!) a la nicotina ardiente en una ceremonia de “cigarrillo y café” (1+1) o de “cerveza y cigarrillos” (1+1+1+...). Regresa el objeto en puro rito, abriendo el espacio al dios Agni (fuego) en medio de la selva del alma tal y como se hacía en los cultos hindúes (o arios) más antiguos. El cigarrillo rompe con el poder de la palabra el seco escenario de las cosas y sus fealdades. Ritualizado, el acto de fumar puede tornarse secuencia solitaria porque invoca en sus volutas a todos aquellos con los que deseamos hablar.


DOS DE TRES

El cigarrillo es una entidad de destrucción.

Empecé a fumar en la fantasía romántica del tuberculoso. No me sentía Bogart sino Gustavo Adolfo Bécquer. Tosía y lanzaba esputos. Esperaba la sangre. Toda mi vida estará marcada por Bécquer. Me da vergüenza decir que me gusta un huevo. Por eso oculto su impronta con este estilo tan lejano, creo, al suyo. De Bécquer me gustaban, sobre todo, sus pulmones cavernosos. La lírica de las flemas.

Ya no espero la sangre en el esputo. Mis esputos están secos por una carga de responsabilidad que claramente me desborda. Por eso, en ocasiones, retorno a la destrucción. Me rompo los pulmones, lleno el espacio de mi estudio de humo, ceniza, manchas nicotínicas y malísima conciencia. Genero gargajos de considerable magnitud para lograr escupirme en el espejo porque ya sólo me apetece escupir los espejos en los que aparezco. Es mi homenaje a la postmodernidad (No more mirror!).

El cigarrillo destructor, Kali cilíndrica, me mata. Ya no divago sobre el anarquismo, ni muerdo a mi lobo. Sólo entretengo mis ocios dando en la cabeza al buen salvaje. ¿Merece la pena, oh cigarrillo-Kali, esta obsesión por la matanza de sueños?




TRES DE TRES


El cigarrillo como instalación.

Todo objeto circunvalado de ruido y furia es una instalación. En una instalación la reina es la mirada porque es ella la que bendice públicamente al objeto amputado para la ocasión.Más allá del comentario crítico, la presencia de un “visitador” en torno al objeto, circunscribiéndolo y signando su estructura, lo hace ya artefacto artístico. ¡ No me digan que no soy democrático! Ahora: cuando digo “públicamente” insinúo que la mirada más estetizante nunca niega sus tensiones éticas y políticas. Eso los artistas plásticos lo han entendido muy bien. Me gusta la libertad de los artistas plásticos.

El cigarrillo, vertical en una sala liliputiense, se ilumina desde los cuatro puntos cardinales para generar cuatro sombras. Amor / Odio, Juego/ Muerte.

Cada vez que un fumador se lo monta con su cigarrillo se inicia la creación de un objeto artístico (y ético-político). Mi padre mordía los cigarrillos (Marca Jean). Las mujeres manchan los suyos de carmín. Los torturadores queman la piel. Yo guardo los restos de mi delito en una caja de té Twinings (cuento: 15 colillas). El olor que sale de la caja es un poema o una magdalena. Me imagino una sala de exposiciones con cáncer del pulmón.

(Después de todo, creo que a estas alturas soy un no fumador que fuma o un fumador que, habitualmente, no fuma)

jueves, 6 de agosto de 2009

INSTALACIÓN (BESO DE SUBMARINOS EN EL OCÉANO NORTE)


(UNO)

Dos submarinos nucleares, uno británico y otro francés, colisionaron el pasado 3 de febrero en aguas profundas del océano Atlántico (...) Diversos expertos militares afirmaban que la misma eficacia de los sistemas de señales para ocultar su presencia a otros navíos puede ser la causa de un choque que representa una extraordinaria coincidencia. (Diario Montañés, 17.02.09)

(DOS)


Los submarinos atómicos chocan
en el Atlántico Norte y caen
las tazas de café de los comandantes
disolviendo cartografías de navegación
silenciosa.

Invisibles
juegan las turbinas nucleares
a hacerse las encontradizas en un cuarto oscuro
dónde alguien pretende ver
- en interés de la ciencia y la defensa nacional -
cómo se matan a guarrerías.

Sólo se besan, dicen, y
no hay peligro de embarazo no deseado
ni de violencia conyugal. Un ligero cruce
de labios
de despedidas para una cita no concertada
de promesas blindadas
de amor entre las potencias

Ni conscientes deseos de boda
ni guerra
en el medio del Atlántico


No hubo voluntad de engaño
entre los aliados

(TRES)

Los submarinos me parecen lugares siniestros. Quizás apropiados para un vídeo clip de The Cure, con Robert Smith ahogándose en sus pesadillas en el papel de comandante timburtiano después de atacar salvajemente la nave de los niños perdidos. Claro que nunca he estado dentro de las tripas de un submarino y sólo tomo como referencia la experiencia televisiva de las series de infancia. No sé si es referente aceptable y testimonio adecuado. En todo caso lo que a mi me parece es que los submarinos exigen cada dos por tres el silencio absoluto y les recuerdo como pequeños cabroncetes que lanzaban su torpedo y se escondían en el fondo, tratando de evitar las cargas de profundidad. Siempre agazapados. Con el miedo en el cuerpo. Los marinos saben que si alguno deja caer una moneda pronto se convertirán en carnaza para los peces del abismo. La muerte más perra. La agonía en un inmenso pulmón de acero que deja de respirar o comienza respirar lentamente.

Los dos submarinos que se chocaron en el Atlántico debían navegar muy calladitos. Como pequeños perversos del océano que en la oscuridad y sin reclamar nombres ni filiación se tocan un poco los tubos lanzatorpedos. Una guarrería divertida si uno fuese un submarino ruso en la Guerra Fría. Desde luego cuando los que se ocultan así son aliados y de buenas familias, el bochorno es un poco mayor. Quizás por eso, al leer la noticia he pensado en esa leyenda urbana (o no tanto) de los cuartos oscuros en los que se encuentra sexo sin rostro, piel sin luces, anonimato pegajoso. Y, asociación de asociaciones, vi también junto a los submarinos a Michel Foucault con su sombrero tejano y como sorprendido a la salida de uno lugares del amor oscuro.

Es posible que la presencia sonriente de Foucault sea la responsable de que los submarinos nucleares que se encontraron accidentalmente en medio del océano me resultaran tiernos. Y por eso me parecen adecuados objetos para una instalación invisible (naif-kitsch) que en estos años de crisis nos vuelva a recordar que los grandes misiles nucleares están ahí, a nuestro servicio. Aquellos falos de Dios que nos medio amargaron la juventud en los ochenta con aquello de la “destrucción mutua asegurada” y “los ataques preventivos”, esos misiles largos y gruesos como dildos del diablo, nos prometen el fin razonado de todo tipo de entuertos logísticos del capital. Nunca nos han abandonado aunque lo crean así muchos. Pero nunca, nunca , nunca debemos olvidar que estos malos malísimos tienen su corazón y no temen besarse como quien no quiere en el medio del Atlántico Norte, para sorpresa de los marinos, disgusto de los almirantes y suspiro esperanzado de solitarios que esperan el amor . Nunca se puede perder la esperanza de un encuentro fortuito que, como decía el difunto Jim Morrison, haga presente el “come on baby, light my fire”. Un gran fuego que se lleve por delante a todos .


POLASKY Y EL ARDOR



miércoles, 5 de agosto de 2009

INSTALACIÓN (Amonal)


Miran todos - y son muchos - el edificio destruido por la bomba. Hacen fotos el domingo y hacen fotos de domingo. Abandonaron sus casas para acercarse al lugar aunque ya han pasado varios días del atentado. Es una ceremonia de museo, amonal-instalación de los hijos de la serpiente y el hacha. Querían traer Beirut al centro de la meseta. Un Beirut que no refleja sus ruinas en el azul del mar sino, aquí y ahora, el los rastrojos del trigo recién cortado. Una amonal-instalación para matar (aunque no mató) y para dar miedito (cada vez menos, la costumbre).

La gente mira el edificio y no se explica la ausencia de muertos. Los muertos que no tuvieron lugar bailan invisibles alrededor y todos se acercan a sentir su tacto. Sabemos que al menos uno de esos muertos invisibles tiene nuestros rasgos o el de nuestros hijos. La gente mira y trata de apresar a su doble. Como si la amonal-instalación que no ha logrado matar se hubiera quedado insatisfecha y buscara entre los fantasmas nuevos muertos, tomara la afiliación en el atestado a al doble de cada uno de nosotros y nos dejara la marca de la muerte, esa muerte cercana que te ronda cuando bajas del hiper y estalla el artefacto o, por extensión, el virus se cuela por tus epitelios o el melanoma palpita con excitación de feria (feria de muerte).

Y luego se centra la mirada en la casa, en el objeto. La bomba - no sus autores replicantes - genera un objeto artístico, una provocación a la entrada de la ciudad por la vía norte. Acantilado de hormigón. Hay un mordisco en el erecto edificio amarillo, amarillo feo, amarillo que no signa a las clases altas ni a las élites. Las casa cuartel son feas (ya en el nombre) y encierran en su interior miedo, sueldos bajos, oficio extraño. Antes se decía hijos de obreros. Pero ya nadie entiende de (esas) palabras.

Mi ojo, desde el coche, se fija en el objeto. Tiembla por el mordisco en el gran falo amarillo. Pero en seguida mi mirada se centra en la gente. La gente que mira y que extrañamente soy yo, aunque esta vez no haya muertos. Nos une el miedo y recogemos a los fantasmas de los no muertos, a nosotros mismos en el futuro. Y luego miramos el edificio. Signo desnudo. Artefacto artístico que no cabe en ningún museo. Cinta roja de no pasar. Restos de guantes. Mil ventanas rotas. Un eco que recorre alma, cuerpos y revienta las alarmas de los coches. Que seamos capaces de crear belleza en las cercanía del horror no sé si nos dignifica. Nos define como extrañas y contingentes criaturas. Las que debieron morir y no lo hicieron.

martes, 4 de agosto de 2009

Beatitudes y pequeños placeres de un hombre sencillo (TRÍPTICO)


A quien me ha dejado sus ojos y sus palabras para visitar una cafetería en Montmartre, una senda en el bosque de Baden-Baden y la cálida arena de la Costa Azul


I

Tras noche inquieta, asolada la conciencia de malestares diversos, el que suscribe se ha despertado muy pronto pero ha aguantado en la cama de tal suerte que volviendo a caer (no sin esfuerzo) en la suave inconsciencia ha soñado con una antigua alumna que le ha dado un afectuoso abrazo y le ha sonreído con amabilidad no escrita, haciéndole partícipe, en una conversación llena de amistad y buen ánimo, de su proyecto de rodar próximamente una película. He conseguido levantarme feliz al 55 %.


Que conste - ¡honor y gloria a los sueños, las palabras compartidas y las caras bonitas ! - en Quintanilla de las Carretas, a 1 de agosto de 2009.


II


Estoy en mi ciudad natal. Una ciudad soberbia que sólo se llama ciudad. Mi ciudad es famosa por su pasado fascista y ultracatólico, por sus morcillas y el Cid Campeador. Pero ya no es para tanto. Siempre me han gustado de mi ciudad los largos paseos y los cambios bruscos en lo meteorológico. Supongo que ella nos hace a todos un poco raros.

El sábado 1 de agosto, feliz al 45 %, estuve de compras por el mercado y puede contemplar lo que los locutores de televisión anunciaban: cambio en las temperaturas y lluvia. El gris fue invadiendo una mañana más o menos despejada. Era un gris brusco, espeso, como de fin del mundo. Me metí en mi coche. En Radio Clásica sonaba una cantata de Bach. No había interferencias. Frente a mi, en un semáforo en rojo, un árbol recio era agitado por la lluvia y el viento. El árbol luchaba pero se sabía a merced de sus enemigos. Bach subrayaba el combate y la derrota, la gloria de mi mirada que podía contarlo y cierto heroísmo sin norte del árbol. Me sentí bien. Feliz, en un instante, al 85%. Faltaba alguien a quien contar el éxtasis sin que se riera de mis tonterías. Se lo intenté comentar a mi ángel de la guardia. Pero no estaba. Ahora, cuatro días después, os lo cuento a vosotros.


A mayor gloria de la mirada



III


Regalo un paseo a mi tristeza. No en vano cumple años como yo. Es el día dos de agosto. Salimos del coche cansados. Ella me pide retornar a la caverna así que procuro que el cuerpo, con su fuerza animal, la arrastre si es preciso por el bello parque. Veo agua pulverizada iluminada por el sol. “Tonto, me dice ella, no vas a conseguir convencerme con tan poca cosa. ¡He visto ya tantas fuentes!”. Hojeo un libro sobre Norman Rockwel. Lo compro. Mi tristeza lo mira y sonríe. “Menos mal que no has comprado nada de los expresionista alemanes” – me dice. Vemos a los niños y a los policías de Rockwel, las portadas navideñas. Nos dirigimos a nuestra cafetería habitual. Me gusta el jazz que suena suave. A ella también cuando está tranquila. La máquina de café me desea un buen día ( have a good day). Leo el artículo en Público de Luna Miguel. Un artefacto sex-pol. Me río. Sonrío. Ella, la tristeza, me arropa con su suave lienzo y me acaricia el pelo. Nunca llegaremos nada pero es bonito sentirse querido por alguien que siempre va a tu lado. Y procuren no imaginársela cuando se pliega sobre sí misma y se enfada.



A mayor gloria de la tristeza cuando es un lienzo suave que me cubre el alma.



Imagen: Baden-Baden


viernes, 31 de julio de 2009

CANSANCIO LUNAR O ECLIPSE DE TODAS LAS ESCRITURAS


Estoy cansado. Resulta raro que diga esto la tortuga, animal como eternamente agotado. Pero las cosas son así, como se sienten, y yo voy y las anoto. El cansancio le caza a uno allí y cuando quiere y da igual que estemos en vacaciones o que no hayamos pegado palo al agua. En eso se parece al aburrimiento. Nos dominan. O al menos dominan a la Bicéfala (que no puedo hablar en rigor del resto del reino animal).

Estoy cansado después de unos meses de extrema excitación. La ficción y la analítica me agotan. Entendamos: no es que vaya a renunciar a la escritura. Sería, en estos momentos, casi como dejar de respirar. Y uno asume que aunque el oxígeno le fastidie sobremanera pues no hay más remedio que seguir buscándolo --- aunque, a veces, lo tintemos de humos y otros artificios. Me han agotado algunas cosas que he escrito – por ejemplo toda la historia del tatuaje – y he comprendido que mi forma de trabajar es, además de lenta, muy estresante: constantemente borro, subo y bajo el cursor, paso de un párrafo a otro, cambio intensidades según mi estado de ánimo. Si escribiera a mano quizás evitaría ese sin vivir. Podría, finalmente, narrar, contar una historia. Pero, la verdad, es que el trabajo en el ordenador me excita más; la escritura manual, vale, como sustituto no está mal. Es como el sexo manual que nunca debe olvidarse de meterlo en la maleta pero... (etcétera). Comprendo que lo que excita canse y, en los postres, acabe aburriendo. Sin embargo, toda toma de conciencia de la génesis del cansancio no elimina ni un poquito la sensación. Para que luego digan que la toma de conciencia de las cosas es sanadora...

Estoy cansado y molesto porque mi ropa huele a humo. Eso tiene arreglo. O no (no sé como estoy de fuerte para frenar adicciones superadas).

Estoy cansado ahora, en las puertas del mes de agosto porque agosto tiene la mejor luna llena del año y el que vaya ocupando el horizonte tan lentamente me agota. La luna agosteña a veces se tiñe de rojo sangre y anuncia tragedias pero, qué le voy a hacer, nací un mes de agosto y las semanas que lo componen – cayendo lentas o rápidas, las más lentas o las más rápidas – siempre las he vivido con esa mezcla de placer y angustia que definen a la Bicéfala. Por eso, porque le amo, temo a Agosto. Me encomiendo a los dioses porque como estoy tan cansado me noto débil, demasiado descentrado para enfrentarme a la luna roja de agosto.

Estoy cansado (¿lo he dicho?). Estoy cansado de que tanta gente hable de mis poderes tranquilizadores, de mis emanaciones zen. Me siento un ídolo budista en el que se consuelan los pecadores del mundo (¿no es cansado que los pecadores del mundo lleguen a ti cuando ya no son o no quieren ser pecadores?). Y cansa ser así para los otros porque a veces creo que esa serenidad es reflejo de mis descentramientos interiores, de un ir revolucionado en el alma que - misterios – provoca en los otros la visión de la placidez. Raro. Me molesta ser almohada zen pero también me gusta servir a la humanidad. Tierno. Quisiera servir de consuelo zen sólo a quién yo deseara.

Estoy cansado de recordar, de añorar, de ser dibujo de melancolía.

Cumplo años, ¡cómo envejezco!




Golpes Bajos Estoy Enfermo (Caja de Ritmos, 1984, qué jóvenes)

jueves, 30 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE( IV DE IV)

IV

Ahora vuelvo con mi bella desconocida del puerto y con su tatuaje no del todo borrado. Podría imaginar historias truculentas o relatos de amor en el contexto de las politoxicomanías. Podría acercarme, seguir sus pasos hasta llegar a casa o invitarla a un café o a una copa con intenciones claramente copulativas. Pero voy a pasar de todo. No reconoceré su cara en el invierno. Fantasearé con su piel quemada, reconstruiré fuera de texto lo que oculta debajo de la marca; sé que la objetividad en este caso se torna tan imposible como la cópula cuando dos personas se cruzan en la calle.

El autor, que no tiene tatuajes, se muestra tan defraudado con la historia como el propio lector. En verdad siente repugnancia al recordar la cicatriz navajera de la joven ecuménica pero no perderá su tiempo en la búsqueda de las causas. No hay más posibilidad narrativa. Sabe, por fuentes indirectas, que algunos años antes de su conversión a Jesús, la pareja pasó más de un año en la India. Y que nunca salieron de una plaza cercana a la estación de ferrocarril de Bombay( Chhatrapati Shivaji Terminus). Shiva no les abrió la puerta de la libertadendiosnuestroseñor y, por eso, esperaron a Cristo. Una pena para los que esperan la salvación en el Oriente. Pero todo esto es cotilleo teológico. Irrelevante. Si el lector tiene necesidad de ver algún tatuaje en esta historia puedo reiterar que el que suscribe contempló los tatuajes del hombre (“mujeres y ballenas”). No había belleza, advierto, pero el lector es libre de imaginar lo que quiera.

Dice el Bhagavad Gita (XI):

“ Yo no puedo ser visto
tal como tú me has visto,
ni mediante los Vedas
ni mediante el ascetismo,
la limosna o el sacrificio.

Sólo mediante la devoción
a mi exclusivamente consagrada
puede alguien en esa forma, oh Arjuna,
conocerme y verme en toda la verdad
y penetrar en mi”

Emplazo al lector a la devoción y su exigencia: el abandono de toda escritura.

El autor, ateo confeso de todas las idolatrías (ateas o no), deja este texto como quemadura en un tatuaje.Lo que oculto bajo la quemadura de mi escritura es el miedo y la impotencia. Lo que oculto es el deseo de pasar la lengua por la piel abrasada y leer con ella lo que se oculta a las retinas. El tacto es superior a la vista. Los que tememos tocarnos nos perdemos para la salvación de los cuerpos.

Fantaseo, pues, con la imagen de mi lengua filtrando el néctar de aquello que oculta el tatuaje salvajemente borrado. Yo como mariposa libando la verdad de la verdad de la verdad de la verdad en aquella marca. Borro.


¡Qué pasada! (L.M.)

Imagen: DR LAKRA

miércoles, 29 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (III DE IV)

III

Borrar por quemadura. La técnica me la habían presentado hace años, arropada por zumos y aromas exóticos, una pareja de ex – toxicómanos, ex – presidiarios y ex - descreídos cercanos en aquellos días al movimiento evangelista ecuménico y carismático. Estábamos en la era anterior al enloquecimiento del tatuaje, cuando lo futbolistas – todo lo más – se dejaban el pelo largo o se ponían pendiente. Sólo los legionarios, los marineros y los malandrines se tatuaban la piel. Antes de David y Victoria Beckham. Quiero decir que entonces – o así lo interpretaba mi interlocutor – el tatuaje era impedimento para la reinserción, la búsqueda de trabajo o la conversión a la palabra de Dios. Y él, que se había dibujado por amor al arte, a la testosterona y a la embriaguez , en el hombro y en el reverso del antebrazo, mujeres y ballenas, él que no era bello como mi mujer del puerto pero sí divertido y que me abría su corazón, él me habló de cómo estaba procediendo a borrar su pasado con la plancha, a modo de demolición controlada de extrarradio, con pequeños toques que negaran la culpa de la piel sin caer en los excesos del alma.

Y estaba la mujer, la pareja de mi informante en los asuntos del tatuaje y su borrado. Ella era también bella. Quiero decir que a mis dieciocho, ella con sus veintitantos me parecía que estaba buena, y sólo me confundía su obsesión por la guitarra y las canciones religiosas en las que decía, entre otras lindezas:

Dime por qué
Las rocas en el mar
Las rocas en el mar
No pueden navegar

Son demasiado pesadas
Para navegar

O algo así. Me enamoré perdidamente en dos semanas y aquel amor continúa vivo aunque dilatado como una gran lágrima (¿corrida?) del alma que discurre a lo largo de treinta años. Si los intensos colores del alma no se diluyeran progresivamente y se secaran y se cubrieran de polvo e inmundicia, no podríamos vivir. Al menos a mi me pasan esas cosas. Pero no quiero engañarles. No se imaginen romances tórridos ni besos ni arrumacos carismáticos-carnales. Nunca conseguí hablar con ella más de dos palabras. Eso sí, escuchaba sus canciones con placer de novela pastoril y a ese "estar a la escucha" se redujo aquella pasión adolescente. Los tíos, es una constatación que cualquiera puede hacer, somos bastante tontos en asuntos de sentimientos. Como no soy excepción debe quedar claro que por ella, por estar en su cercanía, no sólo hubiese escuchado las canciones religiosas sino que me hubiese convertido al culto, integrado en un coro godspell o tatuado la espalda con santo- cristos. Pero no era el caso que decía Wittgenstein.

La amistad con aquel grupo no duró más allá de tres o cuatro semanas. Si es que puede llamarse amistad a aquello. O, para mejor ajustarnos a los hechos , al cabo de tres semanas yo ya había trabajado no menos de cuatro o cinco horas diarias como peón en la reparación del hogar comunitario, había gastado mis ahorros del verano (dos meses de trabajo) y no me había convertido. Sí logré recibir un curso completo del tránsito de la toxicomanía a Jesús. Y sobre el borrado de tatuajes con plancha. Y recibí el amor distanciado de aquella mujer que me regalaba las canciones sobre las piedras que no pueden flotar ni navegar.

Una cosa más. La cosa significativa, supongo. En la última semana me fue revelado el cuerpo de la mujer como pizarra o icono de mi maestro borrador. Ella tenía, en efecto, pequeñas quemaduras en el hombro, en la mano y en la parte superior del pecho. La más grande no tendría un diámetro mayor de cuatro o cinco centímetros. No quisieron decirme qué se había borrado. Quizás sólo puntos. Quizás constelaciones enteras de estrellas. El hombre insistía en que las quemaduras desaparecerían y, con ellas, los dibujos.

Pero el cuerpo tenía otros signos. Dos cicatrices en el vientre, huellas amplias de cuchilladas que marcaban su piel. El signo de la navaja no se borraba. Se exhibía como las llagas de Cristo porque había venido de fuera, de unas fuerzas de providencia que les habían conducido al camino. El borrado era cifra de arrepentimiento, conversión y reinicio en lo divino. Olvido enmarcado por esas cicatrices.

Ella me miró irónica. Me dijo: “Jesús te ama” y continuó con su guitarra.

martes, 28 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE (II DE IV)


II

La piel que había sido marcada por algún tipo de escritura o figura ahora parece desbordarse en el borrado como la lava del volcán tapaba los edificios pompeyanos. La meditación nos dice que toda esta historia se nos muestra como un simulacro de retorno al estado inicial. ¿O es que la mujer escribió en su cuerpo el signo por la excitación del borrado futuro? No parece que esa sea la psicología del tatuado. En todo caso, nosotros no confiamos en retornos porque somos ya Ulises. Pero sólo porque es ella – sea quien sea – la que porta la marca nos dejaremos atrapar por el relato. Deferencia hacia la belleza.

El borrado es más significativo que aquello que pretende ocultar. El estado inicial no nos interesa. Pero esa significatividad mayor no la vamos a poder contrastar a menos que iniciemos una relación con la mujer, que intentemos seducirla o nos convirtamos en su amiga del alma o su divertido amigo gay. Sólo así podríamos indagar en la historia, pedir que nos narre el lance y la crisis, solicitar imágenes y documentos, interrogar a los colegas de aquellos años. Sin embargo no somos historiadores. Textualizamos miradas, civilizamos perversiones (y poco más). Ella se queda en otro tiempo y a nosotros, hermanos, sólo nos queda la narración. Y en la narración no nos interesa el tránsito sino sólo la quemadura (y el resto de trazo).

Pero no soltemos la presa. Aunque el origen en nada nos motiva, aunque la historia de la mujer sea sólo anécdota para descubrir la categoría de nuestra existencia en el maldito tiempo, es legítimo preguntar si la dimensión de la tachadura, su ligereza o violencia, puede servirnos de base para inducir el valor de lo borrado. Aquí debemos ser de nuevo francos: por propia experiencia sabemos que no. En ocasiones borramos con rabia cualquier frase irrelevante por purito impulso interior, como los (malos) imitadores de Pollock hacen saltar las gotas de color sobre el lienzo sin importar qué ocultaba la tela o qué podía haber llegado a revelar. De igual modo la ciudad cubierta por el manto de ceniza y lava se conserva como criatura inmortal pero nosotros no tenemos por qué suponer – aunque lo hacemos – que entre sus muros se alojaba más lascivia y pecado que en las villas vecinas.

Por eso no tenemos en este caso que lanzarnos a la vorágine imaginativa y suponer que el tatuaje tenía algún sentido especial y que y borrado es igualmente un acto de autoridad de la mujer sobre su cuerpo y su vida. A lo mejor, sencillamente, la fea cicatriz es tránsito hacia una futura reconstrucción del tejido por parte de un cirujano plástico y el borrado es otra ilusión, pasaje hacia la inexistencia. No quedará, tal vez, ni el eterno tatuaje ni su borrado.

lunes, 27 de julio de 2009

LA QUEMADURA BORRA EL TATUAJE ( I )


I

La mujer tiene en el brazo izquierdo, poco más abajo del hombro, una quemadura que borra un tatuaje. La he visto en dos ocasiones paseando por las inmediaciones del puerto. Es atractiva y viste al modo playero: vestido corto y estampado para cubrir el bañador, anudado al cuello y dejando libres hombros, rodillas y gran parte de la espalda. La marca del brazo la hace única. O, para ser más precisos, mi mirada sobre su cicatriz la enmarca, la convierte en protagonista de un texto aún no escrito. Mi ojo y su hombro, enmarañados en el deseo y el amor, generan un horizonte de interpretación, construyen realidades y futuros. Si la señorita del perro de Chejov se subrayaba por el can y su donaire solitario en el estío, mi mujer joven ilumina su presencia por su tatuaje quemado.

Vamos a fijarnos en la quemadura. Quiero, en primer lugar, hacerles comprender las dificultades de la visión. Generalmente me cruzo con ella en el paseo y nuestro encuentro dura escasos segundos. Como no soy un descarado no puedo fijarme detenidamente en toda la variedad de texturas y colores que podemos encontrar en la mujer. Debemos pervertir la mirada y centrarla en el antebrazo, en la piel que cubre bíceps y tríceps y que muestra el estigma, el signo, el borrado. La clave del éxito está en el giro de los ojos hacia la izquierda sin mover la cabeza; y la atención a los detalles. ¿Fotografiar? No, no basta con crearnos un mapa objetivo del fragmento de piel. En los dos segundos del encuentro hay que hacerlo todo: buscar detalles, dejarse maravillar e intentar la meditación sobre lo visto ( además de esbozar posibilidades ficcionales). Es duro ser un voyeur creativo.

La marca es una isla de piel rugosa sobre la piel tersa. Es como un trozo de carne interior – palpitante, blanda, poco adaptada a la intemperie - que ha brotado del fondo y, rápidamente, ha cubierto aquello que estaba visible y se ha endurecido. Aún se observan trazos del tatuaje en los alrededores de la cicatriz. Sólo por eso sabemos que la quemadura borra un tatuaje. No entiendo por qué se han dejado esa línea sin borrar, por qué la quemadura no ha borrado todo y, al no hacerlo, se nos ofrece con ese doble significado (es quemadura – accidente de la piel -; es borrado – intención del pensamiento)

El trazo del tatuaje que permanece visible no se corresponde a ningún trabajo de calidad. Tienen un cierto aire amateur – no diré que presidiario pero no me sería imposible ficcionar en esa dirección. En todo caso, lo que veo cuando me cruzo con la bella mujer y giro mis ojos hacia la izquierda, parece ser una línea azul que nace bajo lo borrado, hace un pequeño bucle en la piel limpia y, posteriormente, vuelve a hundirse bajo la isla quemada. El trazo no tiene sentido, claro, y no cabe la posibilidad de especular sobre qué había sido dibujado o escrito.




SHOW ME
SHOW ME
HOW YOU DO THAT TRICK
THE ONE THAT MAKES ME SCREAM

sábado, 25 de julio de 2009

PARA TI (PA´TI , ETERNO FEMENINO)


Para ti
(que estás de morros esta noche)


Sólo la propia salvación puede ser un imperativo moral"
" El juego sólo es posible si se puede contar con la buena fe de los contertulios"
(Onetti, La vida breve)

UNO

Escribo desde siempre y escribo, sobre todo, cuando no escribo. Nada original, comprendan ---- y tan tonto es eso del escribir sin escribir que abunda. Escribo cuando paseo y recorro las calles sin objetivo pero con rutinas, siempre los mismos itinerarios, las mismas sendas, las mismas horas, siendo, por tanto, objetivo fácil para los terroristas que desean acabar conmigo, para mis bajones depresivos que me encuentran dispuesto a recibir disparos en la nuca. Y escribo – aunque no escriba (agg!) – esperando que llegue el encuentro, la princesa que me monte en su caballo y me saque fuera, fuera de lo que no es escritura e, incluso, fuera de la escritura, lejos de todo aquello que no es la música o los rostros de las mujeres bonitas o un buen té con manzanas verdes en el silencio de la mañana o la cerveza y los cigarrillos clandestinos. Huida de la vida, escape, escape, skape...

Escribo para invocar su llegada. Me debe salvar Ella y (mientras tanto) me muevo con su criada morfinómana, la escritura, en formas de lo más diverso, a veces de un modo y a veces de otro. Pero todo es erróneo, fallo, siniestro y avatar frustrado o perversión de clase media. Ella no llega y, por eso, construyo frases y párrafos, enebro el hilo y lanzo pespuntes. Escribo, espero y me sacrifico en la conciencia de que nada hay salvo el error y las derivas y todas las energías frustradas.

Una mañana de verano estaba yo en el banco descansando de la caminata cuando llegó entre luces y sudor la amiga de Xena, la princesa guerrera. Vista al trasluz creí que podía ser aquella que estaba esperando, cuerpo terso y vientre fecundo. Me hice por ella lesbiana para convertirla en esposa. La formalidad me mata, lo sé. Ahora comprendo que no es ella la que está por venir y anuncian mis úlceras porque después de unos días de idilio retorné a la escritura, lo que viene a ser como si el terrateniente algodonero abandonara en el lecho conyugal a la jovencísima recién casada y se sumergiera en los establos con aquella esclava negra a la que conoce desde la infancia y que ya no es ni siquiera bonita pero es ella, fiel cómplice, llena de trazos de memoria e imperativos de deseo.

En efecto, no era ella – nunca es ella si no es tú - y por eso escribo, incluso y sobre todo cuando no escribo, perfilando a la amazona que me liberará de mi estupidez y de la escritura.
DOS

Nada, inútil, fracaso. Uno más. Otra página. Demasiadas páginas pasadas sin haber escrito nada en ellas (Hemos creado una extraña amistad, el club de los que pasan página).

Escribí en el pasado repitiendo el momento inicial, el primer desagarro en la página en blanco, el primer golpe en la tecla. El resultado era nada ( o casi), la mera posición, el rito del cuaderno y del bolígrafo. Nada. Frases que fueron quemadas como diciendo al mundo ¡lo que te has perdido! Y ocultando en esa filigrana de la pose la nada de la nada. ¡No hay escritura sin Obra! ---- y el eterno principiante, achispado – ni siquiera borracho – en el giro inicial de la mano, cree que escribe, traza y borra con el gesto, sobre todo cuando no escribe. Por eso mantiene el tono, el movimiento inicial (el 0+ n, siendo n pequeño pequeñísimo). En proceso de escritura, in nuce, con la potencia en acto en un subatómico giro de la mirada.

Idiota, llegue a creer que ser escritor era mejor que ser Papa, o rey o constructor o presidente de comunidad autónoma. La hostia.

Pero de la juvenil inocencia han pasado ya muchos años. La idiotez, que persiste, es ahora no más lúcida pero si más zorra. Por eso ahora escribo para salvarme ; ahora escribo sólo para ti y necesito la presencia invisible, la amabilidad, la sonrisa y el sonrojo, las claves del reino de la piel que me devuelven acrisoladas los ojos cómplices en la extraña faena de ver colores. Los cruces y los pasajes donde intercambiamos una mirada. Y sigo pensando que todo lo demás es un puto rollo. No va a llegar nunca la princesa guerrera o su escudera para sacarme de aquí. Y por eso eres tú más importante aunque te sepa en tránsito, pronta a desaparecer, purita contingencia, ironía y solidaridad en precario, todo en precario, que sé que la enfermedad y la muerte y el olvido y la distancia nos acechan a todos (y cada vez más cerca, como un tam tam).

Escribo para ti y tenía que decírtelo. Aunque no sepa tu nombre, aunque tengas muchos nombres o sólo pases por aquí o tal vez no seas ésta sino la otra, insospechada, encuentro en un cruce, entrevista tras los visillos o en el contraluz del disco-pub
.

viernes, 10 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFICA. Recuerdo (falso) que, sin embargo, reclama su derecho comunicativo.


Recorrer la escala de los grises, matizar la luz con excitantes y somníferos nacidos de un pequeño entornamiento de puertas y ojos; dejarse sorprender por los cambios tanto como por las permanencias. Mantener la conversación y morir por ella para atender al detalle y la diferencia que haga cambiar proporciones y armonías en las cartografías de este viaje. Recorrer la luz, matizar la escala de grises y dejarse sorprender por la pincelada incesante del color. No tener miedo – no seamos idiotas ahora, amiga – si estos descubrimientos nos estremecen. Temblemos.

Ella y él, recién salidos de la adolescencia y conversando a través de los huecos de la música (Radiohead). Lejanas las rodillas no se tocan. El vaso de cerveza emite positrones y crea un una imagen tomográfica de cuerpos y almas. Nadie ve esa imagen salvo el lector privilegiado que puede actuar como hermeneuta o médico o “ácido clínico”, si así lo desea. Una bocanada de marihuana gasificada recorre el local y una chispa rosa se posa en los labios. Comienza la charla que parece que ya no quiere terminar. El paisaje interior es muy bonito (Todo esto – la charla que no quiere terminar - es ilusión, claro, pero ellos, tan jóvenes, no lo saben; no saben del aburrimiento ni del esfuerzo, ignoran que hay que dejar espacio a la soledad de las orquídeas - como dijo Ricardito Rorty. Cultivar la propia perversión y los crueles fanatismos para volver a entrar en barrena dentro del perfil táctil - ¿no se habla por la piel? - de la palabra compartida).

Ellos tienen el tiempo limitado por papá y mamá, por su corto monedero y por todo aquello que no se quiere decir. Ella habla de su proyectos, de sus futuros estudios y del inter-rail. Se miran, fuman, hablan, beben cerveza suave mientras pasan rostros que reclaman la atención. Se ríen como idiotas porque se lo pasan bien. El deseo hace volutas con la inteligencia y edifica palacios. Todo sería muy decadente, ñoñito y “mono” si el novio celoso no andara con ganas de follón y hostias. (De todas formas la sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio)
......

Han pasado los años y han dejado de fumar mientras fuman y beben cerveza sin alcohol contando los sorbos y calibrando la embriaguez. Yo creo que sólo podrán seguir conversando si han sabido preservar un espacio para las orquídeas. Esto ya lo dije y no quiero repetirme pero, de lo contrario, se limitarán a comentar los escándalos y priorizarán los problemas de estómago y el-qué-dirán. Dejarán que sus neuras se filtren por las canciones de Radiohead y conviertan todo en sórdida melancolía de viejos. Lo que pasó aquella tarde no habrá existido aunque todos lo recuerden y hasta aquel noviete de entonces jure que partió la cara al que quería levantarle la chorba. Por Dios, ¡qué horror de ancianidad y qué insania de los recuerdos!

(Nota: En la polémica medieval sobre la potencia divina discutían los sabios sobre la posibilidad de que Dios devolviera el virgo a la doncella defenestrada o pudiera hacer que Roma no hubiera existido. Tema brutal que deja al hombre en un perfil de contingencia nunca antes experimentado. Sin embargo, poco a poco, metieron los sabios al Dios omnipotente en cintura y acabaron sodomizándolo hasta la muerte. En el caso que nos ocupa, me parece evidente que si no saben cultivar nuestros protagonistas sus jardines aquella conversación entusiástica de los dos adolescentes desaparecerá. Será lo inexistente. Ni siquiera un sueño)

(Nota: Me voy a cultivar orquídeas al Mediterráneo. Sobre el agua y gracias al amor al color que ahora me embarga)

Imagen: George Grosz. El hombre enfermo de amor(¿?Lovesick) 1916.

miércoles, 8 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFIKA. Dos recuerdos iniciales, fundacionales de la memoria y de la experiencia (II)


Una sala de hospital o ambulatorio. Más que habitación parece un pasillo estrecho y alargado en cuyo fondo hay una ventana de esas que permiten el paso de la luz pero no ver el exterior. Un cierto tono verde limón deriva de la luz generosa que surge de muchos puntos (la ventana y también de los objetos). En el fondo hay una mesa - o, mejor, un mostrador o repisa recubierto de azulejos – sobre la que se apoyan cajas metálicas que se utilizan para desinfectar instrumental médico (jeringas) o para preservarlo de la contaminación. Quizás hay también vapor pero la luz suaviza esas nubes de asepsia. Pudiera ser que fueran a pincharme pero no tengo miedo ni siento malestar. A veces esta imagen se ve cortocircuitada por otra en la que mi madre y yo entramos en la consulta de un médico (no veo a mi madre, veo – como si fuera una cámara de vídeo – la habitación y al médico con su bata. Los colores son los mismos pero la presencia del humano – antipático – hace que el cuadro me resulte más desagradable. El efecto humano. Creo que me receta unas pastillas ---- también recuerdo unas pastillas de la infancia aunque, obviamente, no sé si tienen que ver con la imagen de la consulta ni mucho menos con la primigenia sala verde y luminosa.

En mi sala verde y sin miedos no hay nadie. Sólo la luz y las cajas metálicas que protegen las jeringuillas de la acción exterior. Sin embargo si en la imagen que comentaba ayer – la del coche que se dirige a la colina – me siento solo (que no mal) y como abandonado al flujo catódico, en esta imagen hospitalaria siento la presencia de mi madre. Me hago presente tremendamente protegido, blindado frente a las agujas, la enfermedad y, fundamentalmente, ese médico borde. Mi madre, joven y guapa, crea un aura sacramental de seguridad que me permite experimentar la belleza de los colores y la luz con deleite. Podría decir que mi segunda imagen fundacional es femenina

(Quizás eso explique que dejo caer siempre la belleza del lado femenino. Femenino: fuerte y capacitado para dejarse llevar, abandonado a la percepción de cualquier objeto en todos sus brillos, abandonado a la contemplación, al deseo, al cuidado, al amor... Por el contrario, lo masculino apuntala su rudeza constantemente – como temiendo una caída de la erección – y, por ello, no hay en él abandono, nunca se deja llevar por la contemplación, el deseo, el cuidado, el amor...Lo masculino es andamiaje; lo femenino fluido. Notemos: esta caracterización en nada compromete a hombres y mujeres. Es pura efervescencia de mis emulsiones autobiográficas.)

martes, 7 de julio de 2009

AUTOBIOGRÁFIKA. Dos recuerdos iniciales, fundacionales de la memoria y de la experiencia(I)


Una imagen de televisión. Se ve un coche – como de los años treinta, americano – que se dirige hacia una casa que se encuentra en la cima de una colina. Paisaje seco, sin cultivar o con la cosecha recogida. Polvo en los ojos y en el fondo de la garganta. Me recuerda a algunos cuadros de Hooper o al célebre “Christina’s World” de Andrews Wyeth. El coche asciende por el camino de tierra y siempre se ve su parte trasera. Quiero decir: el coche nunca llega al final del sendero pero se encuentra inequívocamente en movimiento aunque la imagen sea fija en el recuerdo. La imagen procede de la TV y es muy posible que estemos ante algún fragmento de película. Desde pequeño tuvimos televisión en casa y no es raro, por lo tanto, que haya quedado en mi este retazo de alguna narración que está olvidada.
Años después asocié la imagen a los truculentos sucesos que Truman Capote nos cuenta en A Sangre fría. Desconozco la razón de este proceso que integra dos realidades tan lejanas en el tiempo (he leído la novela de Capote por primera vez hace relativamente poco) y que nada tienen que ver. Eso significa que mi memoria funciona como engrudo unificador de mi conciencia modificando todo lo que encuentra a su paso sin “discreción ni miramientos”. Mi coche que va hacia la colina reverbera en mi mente un sentimiento de paz muy lejano al frío dolor que genera la matanza de la novela. Todo es raro y maravilloso.

lunes, 6 de julio de 2009

Autobiografía o autopoiética


Mi primer poema rimaba en pretérito
imperfecto.

Mi primer poema estaba escrito en un cuaderno de la Caja del Círculo (verde el cuaderno / gris la Caja) .Y en la contraportada podía leerse:

“Familia que ahorra, familia feliz”.

Mi primer poema soñaba(falsamente) parusías e imaginaba el fin de la historia y todos los conflictos. Trataba de
“una porra que no pegaba/
y de un hombre que la amaba”.


(Cito de memoria: el cuaderno de la Caja fue destruido hace mucho tiempo).

Y ahora, tantísimos años después, pienso que esa fijación mía con el pretérito imperfecto de indicativo de la primera conjugación no es sana ni cabe esperar de ella nada. Manifiesto: “No utilizar el pretérito imperfecto de indicativo, con especial prohibición de la primera conjugación.”

No he nacido para cumplir manifiestos (no por inteligencia postpoética sino por la debilidad del buey idiota). Recitar aquel “era una porra que no pegaba / era un hombre que la amaba” me provoca una malsana excitación que me arrastra hacia vicios privados que son impedimento y lastre de toda poética. Salvo la mala.

viernes, 3 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (y IV)


La sangre se extiende y mancha su vestido. Unos ojos negros como la imposibilidad del perdón miran la cara apagada de la niña y se debaten entre la inmensidad de un placer que culmina y el arrepentimiento que como un relámpago clarea el alma.

Después llega la ocultación y el ascetismo. Hundido el cuerpo entre las telas de su túnica, el lógico esteta mira el atardecer y castiga sus ojos cerrándolos cuando los rayos del sol van a anunciar la esperanza de una humanidad que clausura sus negocios y sale a las terrazas para combatir el calor. Desea escribir pero golpea su mano. Se corta el pulgar. Se arranca un ojo para, finalmente, dejarse llevar por la aceleración nerviosa de su corazón. El corazón recuerda el momento de la furia, cuando el chorro de tinta escribió en el cuerpo ausente la palabra belleza. Se ahoga de nuevo en el placer y se excita en la expiación, el castigo y la renuncia al mundo.

La luz verde acaba borrando la sangre, devuelve color a la cara de la niña que no sonríe. Ha pasado quizás un año. La pena está cumplida y el libro finalmente culminado, en manos de las institutrices, hace soñar a las mariposas, a las ninfas, a sus padres. La luz tacha la vulgaridad de la carne abierta porque la subraya con toda la paleta de colores. La gran mentira del color.

La hermana de Gregorio Samsa toma un autobús en Praga y siente el primer signo de su menstruación. Sonríe a sus padres y olvida a Alicia en el maravilloso mundo de las tardes de té en casa del reverendo aficionado a la fotografía.
La estética, moribunda, resucita en la religión (la ética se refugia en los intestinos de los cínicos)
Imagen: Silencio de los corderos

jueves, 2 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (III)


La noche del cazador llega finalmente. Se intentó una vez y otra quedó frustrada por un incierto sabor ocre en los oídos. Pero hoy es la ocasión, el momento alcanza su masa crítica de sumandos. Todo será suave y encantador y, para ello, repasa la línea de los labios, se recorta las uñas de manos y pies buscando la parábola perfecta que evite el arañazo, la sensación de garra que quiere evitar porque no se imagina él sacrificio sino entrega, encuentro de almas que finalmente definen su puridad, la maravilla buscada.

Por eso no importa que la noche depredadora sea tarde soleada, ni que al otro lado de las cortinas alguien ría un chiste. El calor canta su melodía de mes de julio y él tiene preparada la parusía estética, el final de la imagen y el relato con el que ha ido envolviendo los mohines y las preguntas perplejas de su amiga. Y allí está ella dispuesta a una nueva aventura, embebida del humo del gusano opiómano. La ropa caída como en sueño o elevada por un curioso sistema de poleas invisibles, como en cuadro de Balthus. La mujercita que simula el sueño – él así se lo ha pedido - sonríe cuando suena una canción de Shakira. Finalmente, pues, el relato no va ser concluido (será reescrito para otros, ocultando claves y purificando las pasiones en la gramática).

Acaricia su pelo y deja que la pulcritud se torne olor a cerveza, mucosidad de diverso pelaje y la sensación de que un tranvía nos atraviesa la carne. La mano gentilmente blindada por la fuerza animal cancela la boca para la palabra y el beso. El cobre se despertó clarín y óxido. La niña no puede imaginar otra cosa que un paseo por el parque de los tilos.

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La niña llora. La sombra del horror se ha posado entre sus labios, su pecho, sus piernas. Humedecida por la viscosidad de un mal olor desea, al borde de la inconsciencia, una llamarada abrasadora que la exilie.


La estética enreda a la ética en el juego de la lógica implacable del depredador.

Imagen: el silencio de los corderos

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (II)


ALICIA:
Una huella blanca reposa borrada en el muslo

Número uno: Está Jodie Foster en el papel de Clarice Starling, dentro de la casa de Búfalo Bill, con su pistola preparada pero a oscuras. Es malo no ver . Cla-ri-ce respira asmática. Y en esas el psicópata se coloca su aparato de visión nocturna y persigue - insinuándose como sombra - a la pobre Jodie que, en ese momento se torna Iris, la chica de Taxi Driver: una niña desvalida pero armada. Bill nos narra con sus gafas un acoso en toda regla: ella siente que algo pasa a su lado pero es incapaz de comprender qué ni cómo ni dónde. Es el inicio de un malestar perdurable, de un demonio en el corazón. Es posible que el disparo final acabe con la pesadilla de los corderos pero ¿no se ha iniciado la de las mariposas en la noche?

Número dos: Alicia no va armada. La niña y su memoria, de vuelta del paseo en barca, reconstruyen lo aprendido esa tarde. Una mano y una boca salieron espesas de la narración como lenguas de gelatina o hígado. A Alicia le gusta muy poco el hígado y algo la gelatina. Alicia repasa como si de una lección de la escuela se tratara lo que "tito Charles" le ha enseñado esa tarde. Una clave antigua fuerza al olvido detrás del deleite ("¿a que es divertido?" – decía el hijo del perro). El dolor asomó sus alfileres muy poco. La curiosidad se escurre por los detalles y ella, por un momento (hasta que llega la hora de la merienda que todo lo ordena), asume la presencia del mundo como mejor puede hacerse: sin entender nada.

Número tres: Alicia ha sentido la presencia de algo en la oscuridad. Pero no tiene pistola, no puede por intuición o a lo loco, matar a la bicha que no se sabe si pupa o mariposa o gusano. Alicia ha recorrido el pequeño lago escuchando una bonita historia pero no entiende por qué debía moverse tanto, ni por qué se subió el vestido para evitar que se manchara, apartar una abeja o hacerse una foto. Ignora por qué siente sombras cuando posa aunque le divierta un montón hacerlo. No acaba de entender ese momento en el que el alegre Charles tocó con el pulgar su muslo de un modo tan vigoroso (y menos aún por qué a partir de ahí dejó de hablar, remó con fuerza hacia la orilla y no le quiso confirmar si mañana volvería a leerle la aventuras disparatadas de la otra Alicia, la que vive al otro lado del visor, la apuntada con un pistolón disfrazado de ingenio y lógica).

La estética en el límite (Lo bello y lo siniestro). La ética en un tris tras: el espacio de lo impropio (o quizás, sólo, lo inconveniente).


Imagen: Alicia, by Carroll (Dogson)

miércoles, 1 de julio de 2009

RECONSTRUCCIÓN DE UN CIERTO ESPEJO NEGRO (I)


ALICIA

La niña juega, delicada y salvaje. Sus hermanitos, al parecer, han optado por la huida hacia el bosque o el parque después de la pequeña paliza. Ella se revuelve en el suelo un rato, canaliza la ira en expiraciones ruidosas y finalmente se queda tumbada boca abajo, con la falda casi en la cintura. Balbucea tierra y polvo. Se da la vuelta para limpiarse el verde de la rodilla y humedecer con su saliva la herida del codo. Le mira. Le sonríe y vuelve a dejarse caer en la tierra para tramar alguna sutil venganza.

Una sonrisa - la sonrisa y la caricia son los argumentos fundamentales para matizar cualquier materialismo – se refleja en los ojos del lógico esteta. Sus ojos tienen patente de corso - concedida por la filosofía y el arte – y se enredan en los pliegues de la ropa y detectan más de siete franjas de luz que merecerían ser memorizadas. Se toma nota en silencio, siempre en el maldito silencio.

Para hablar el lógico esteta necesitaría escribir un libro. Quizás un cuento sobre una niña a la que se somete a un viaje para mayor gloria de los puntos de luz y la gama de colores. El bueno del lógico esteta se lo piensa. Duda. ¿Por qué expresar cuando cabe la visión, la contemplación y el silencio plácido? Sabe que la expresión de las luminarias encontradas entre las cosas está siempre a un paso del ridículo y a dos del escarnio.

Al atardecer la hierba se sube encima de la mesa y oculta la taza de té. Acaricia la mano del buen lógico y éste comprende que el verde le está hermanando con la niña. Se inicia el paseo y la expresión. La maravilla de las maravillas expía cualquier torpeza de la piel o la boca. La barca navegará por el río . La niña, con los ojos cerrados, escuchará su propia historia mientras su cuerpo y sus ropas se tornan porta aeronaves de las siete franjas de luz dignas de ser memorizadas.

Estética gloriosa e impasse ético

Imagen: Retrato de Alice Liddell, Charles Lutwidge Dodgson,

martes, 30 de junio de 2009

HECHOS Y ARTEFACTOS DE DESENCUENTRO (1980 – 2009)


1.-Lo que fue o parecía, la textura del recuerdo reconstruido como si de un concepto metafísico se tratase y que, al parecer, provocó tu sorpresa y mi anclaje (en el pasado). La conclusión de la memoria después del (falso) proceso inductivo

¿Por qué te muerdo el labio ahora que habías decido besarme?

2.- Lo que Aquel que siempre huye temía que fuese y nunca pudo contrastar experimentalmente, ni en el más sutil de los laboratorios poéticos. Espejo poético-autobiográfico que incita el desarrollo de toda esta meditación.

¿Por qué me muerdes el labio ahora que había decidido besarte?

3.- Lo que esconde el pliegue de la boca. Todos nosotros ya pliegues: ojos, manos, intestinos, estómago encogido por el miedo y el placer intuido. El Yo y el Tú como incógnitas y barreras. Los artefactos del desencuentro:

3.1. Artefacto del desencuentro (I): Su boca (hacia fuera):

¿Por qué me muerdes el labio ahora que habías decidido besarme?

3.2. Artefacto del desencuentro (II): Mi boca(hacia dentro)

¿Por qué te muerdo el labio ahora que había decidido besarte?

4.- El ensueño y la fantasía, lo impropio e improcedente; aquello que aún se teme a pesar de los treinta años pasados. Ahora. Horizonte de nuevos cierres. Siempre igual.

¿Por qué te mordería el labio si ahora decidieras besarme?

¿Por qué me morderías el labio si ahora decidiera besarte?

(Y se abrirá un ciclo de retroalimentación que nos lleva al paso 1.)

5.- Apolo persigue a Dafne y ésta se convierte en laurel para circunscribir el asedio de la ciudadela (¿qué ciudadela? ¿qué es eso que hay que preservar? ) a un marco estático, a un constante y angustioso diferir todo hasta mañana. Soy Dafne. Era Dafne.

Der Kuss( Gustav Klimt, 1907-08)

lunes, 29 de junio de 2009

28 de junio de 1940



El 28 de junio de 1940, Adolf Hitler viajó muy tempranito a un París recién vencidito. Dicen que llegó a las cinco de la mañana acompañado del arquitecto Speer y otros artistas a los que hizo vestir para la ocasión con uniforme militares. Visitaron la Ópera. Se fotografiaron con la Tour Eiffel de fondo como se muestra en las célebres fotos que registran el avatar. Todo en la más pura línea del Tourisme chez siècle XX pero con abrigos largos de cuero (Desde luego parece poco verosímil y hasta extemporáneo imaginarlos con pantaloncitos cortos .... ni siquiera en el modelo bávaro). El caso es que abandonaron excitados la ciudad pero no por lo visto sino por lo visionado: el gran Berlín que se iba a edificar (con Speer como maestro de ceremonias) en menos de diez años. Adolf dixit.


Cuando el coche de carreras – versión vehículo acorazado - ganó a la parafernalia del arte clásico, toda la quincalla del Louvre quedó para turistas.


El caso, como sabemos, es que diez años después Berlín sí se convirtió en la gran instalación del orden post-bélico. Sus texturas decían más del siglo que la ciudad de la luz que nunca ardió. Después Nueva York robó el imperio de la estética a París. Sin embargo Berlín no había dicho su última palabra. La brecha de hormigón fue signo del final del siglo y la regeneración posterior convirtió a la capital alemana en eje arquitectónico. ¿No es verdad que Berlín es cifra del XX más que París?


Me gustaría visitar París de madrugada; el 28 o el 29 de junio son buenas fechas. Yo me haría también una foto en el Trocadero y hablaría con los amigos de una nueva ciudad al otro lado del río y de la historia. Una ciudad que diez años después quedaría convertida en lodo y olor a gasolina para mayor gloria de la historia y del Tercer Hombre (el de Greene, no el de Platón).



No sé por qué pienso en mi cuerpo como ciudad y en su arquitectura. Y pienso en el disparo de Hitler y en el de Eva Braun y en el de la perrita Blondie. En el momento de los tres disparos Berlín ya era signo y cifra de la época oscura que llegaba. Y pienso en Speer o Arno Breker escribiendo sus memorias y limpiando con imbecilidad unos sueños cargados ya en el inicio de basura e idiotez.


jueves, 25 de junio de 2009

Creciendo día a día


Y mientras su suegra confirma .....(ella) asegura que actualmente se plantea la vida basándose en el "día a día con la intención de seguir creciendo"(El País, hoy) .

Es mito el día a día y estupidez el “vive el presente” .

Es mito el mundo de las intenciones : las buenas o malas, al final de año o tras la ruptura.

Es mito eso del crecimiento personal.

Lo relevante es que la suegra confirme.

A pesar de todo yo, como ella, me voy a plantear la vida basándome en el día a día con la intención de seguir creciendo. La de la foto creo que también. Nos han convencido .